miércoles, 25 de febrero de 2009

La lucha por la dignidad

"La lucha por la dignidad" es el título de un libro de José Antonio Marina, escrito en colaboración con una jurista llamada María de la Válgoma. Cuentan el proceso histórico que nos ha llevado a disfrutar hoy de los derechos que tenemos. Sin embargo, la dignidad humana, por ahora, es sólo lucha por la dignidad, hay que colocarla más en el futuro que en el presente.

El capítulo VII está dedicado a "la lucha por la igualdad de la mujer". Aunque os pueda parecer largo el resumen, he tenido que prescindir de muchos datos interesantes. Por ello lo mejor que podríais hacer es leer el libro.


[…] Todos Salimos del vientre materno desnudos e iguales. Bueno, desnudos, sí; pero no iguales. Unos nacen hombres y otras mujeres. Nos interesa ver el tránsito de una diferencia real a una discriminación injusta.

[…] A pesar del intento de ciertos antropólogos para documentar un periodo matriarcal, los datos nos indican que la desigualdad social, económica y jurídica de la mujer es un dato casi universal. En la sociedad patriarcal su puesto está junto a los hijos, los esclavos, el ganado y otras propiedades del padre.

[…] Hasta 1975, el Código Civil español equiparaba la mujer casada a los niños, a los locos o dementes y a los sordomudos que no supieran leer ni escribir, por lo que se la prohibía contratar (art. 1263)… la mujer tenía la obligación legalmente impuesta de obedecer al marido. El artículo 57 del Código Civil dice textualmente: “El marido debe proteger a la mujer, y ésta obedecer al marido”.
Hasta 1975, sin licencia del marido no podía trabajar, ni abrir cuentas en un banco, ni obtener el pasaporte, ni el carnet de conducir. Si contraía matrimonio con un extranjero perdía la nacionalidad, y era considerada extranjera a todos los efectos…

En este afán por considerar incapaz a la mujer, hasta 1975 la mujer no tenía patria potestad sobre sus hijos. Pese a que la mayoría de edad se alcanzaba entonces a los 21 años, la mujer no podía abandonar la casa de sus padres hasta los 25. “salvo cuando sea para contraer matrimonio o para ingresar en un Instituto aprobado por la iglesia” (art. 321).[…]

Las luchas reivindicativas tienen que enfrentarse a intereses y a mitos legitimadores con los que aquellos pretenden adecentarse... En la discriminación de la mujer, funcionaron dos mitos legitimadores. Primero: La mujer es peligrosa. Segundo: La mujer es mentalmente inferior. Ambos recomendaban el mismo remedio: controlarlas, tutelarlas, atarlas en corro.

La documentación es tan conocida, que sólo mencionamos algunas perlas. En numerosos mitos griegos las mujeres aparecen como destructoras: las parcas cortaban el hilo de la vida; las amazonas eran unas crueles guerreras; las erinias, espantosas, locas y vengativas resultaban tan temibles que los griegos no se atrevían a pronunciar su nombre. En el origen de todos los males situaban a una figura femenina: Pandora. Pero hay más. Explicaban la aparición de la mujer como un castigo de Zeus a la arrogancia de Prometeo. Prometeo robó el fuego a los dioses y, en revancha, Zeus envía a la mujer como guardiana del fuego y tormento del transgresor. La figura de Eva en la tradición judeocristiana cumple el mismo papel.

[…] Una turba de escritores medievales afirmaban el carácter impuro de la sangre menstrual, citando con frecuencia La historia natural de Plinio. Prefiriendo copiar un libro a mirar la realidad, estos adoradores de lo escrito afirmaron con todo convencimiento que esa sangre cargada de maleficios impedía la germinación de las plantas, hacía morir la vegetación, provocaba el orín en el hierro y la rabia en los perros…

[…] En la Edad Media los penitenciales católicos prohibieron que la mujer que tuviera la regla comulgase, incluso que entrara en la iglesia. Se les prohibía también que ayudaran a misa, tocaran los vasos sagrados o accedieran a las funciones rituales…

El segundo mito legitimador fue la debilidad mental de la mujer. La imbecilitas de su naturaleza, que exige mantenerla bajo tutela. Tomás de Aquino resume una tradición de siglos al escribir:

La mujer necesita del varón no sólo para engendrar, como ocurre con los demás animales, sino incluso para gobernarse: porque el varón es más perfecto por su razón y más fuerte en virtud.

En 1330, el franciscano Álvaro Pelayo, de origen español, redacta a petición de Juan XXII un tratado en el que expone “los ciento dos vicios y fechorías de la mujer”. Al menos no eran infinitos. El más grave es su infantilismo. La mujer es crédula, se deja llevar por sus apetencias, es tan voluble como un niño, por eso no puede tener autonomía y debe estar siempre bajo la tutela del hombre. Frente a la racionalidad del varón, ella es un hervidero emocional. Los transmisores de esta idea fueron legión y de muy distintos pelajes. En nuestra cultura han tenido un triste protagonismo las iglesias cristianas. San Bernardino de Siena aconseja a los maridos que obliguen a sus mujeres a fregar diez veces los mismos platos: “mientras las mantengas activas no se quedarán asomadas a la ventana, y no se les pasará por la cabeza unas veces unas cosas y otras otra” […]
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Hay que elegir o lucha por la identidad o lucha contra la discriminación. La lucha por la identidad tiene que apelar a mecanismos de afirmación y de exclusión. Decir: tengo derecho a ser mujer, negro, gay, nacionalista, no nacionalista, es una postura de combate, más que una fórmula ética o jurídica. En muchas ciudades europeas se celebra “el día del orgullo gay”. Se trata de una manifestación de protesta contra una actitud social de rechazo. No es en el fondo una reclamación de un derecho a la diferencia, sino una reclamación del derecho a no ser discriminado por una diferencia. Cuando desaparezca el rechazo, esas manifestaciones de afirmación desaparecerán también. Entonces será tan extemporáneo hacer una manifestación del orgullo gay como hacer una manifestación del orgullo heterosexual.

La lucha por la no discriminación es más universal y está mejor fundada que la reivindicación de la diferencia. Lo importante es defender que no se puede privar a nadie de sus derechos personales por razones no legítimas. Los derechos fundamentales se poseen por participar de la naturaleza humana. Ésta es la gran percha, el gancho trascendental, del que dependen los derechos a la diferencia. No al revés. Las otras alternativas son peligrosas. Si se poseen derechos por poseer un rasgo no universal –el sexo, el color, la raza, la clase, la religión- estamos sometidos irremediablemente al dominio de la fuerza. Siempre es la fuerza la que impone la discriminación injusta.[…]

Postdata: Cuando ya está redactado el capítulo recibimos el Estado de la población mundial, publicado por el Fondo de población de Naciones Unidas, en el que se denuncia que una de cada tres mujeres sufre malos tratos o abusos sexuales. Según el Banco Mundial, en los países industrializados, las mujeres de quince a cuarenta y cuatro años pierden el 20% de su vida laboral como resultado de la violencia sexual. La injusticia continúa.












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