jueves, 30 de diciembre de 2010

¿CHOQUE O ALIANZA DE CIVILIZACIONES?

A partir de ahora vamos a entrar de lleno en el tema del debate. Lo escrito hasta aquí se ha centrado básicamente en el asunto del velo islámico. Podríamos haber hecho referencia a algunas costumbres no occidentales: la ablación del clítoris, la poligamia, el casamiento forzoso de los hijos por acuerdo de los padres, la pena de muerte por lapidación… prácticas que pueden estar dándose –aunque secretamente- en países europeos.
A partir de ahora, decía, vamos a abordar el problema de las relaciones entre culturas. La posibilidad o no del entendimiento entre ellas, si las relaciones entre hombres y países de culturas diferentes pueden ser pacíficas o necesariamente conflictivas.
El asunto es complejo porque son varios los factores que entran en juego, por ejemplo, la economía y la política pueden favorecer o entorpecer el entendimiento. No es un problema exclusivamente cultural, no es un problema, por ejemplo, de practicar religiones, costumbres y valores distintos. Valga como explicación de lo que os digo lo que ha supuesto la guerra de EEUU contra Irak o el apoyo de este mismo país a Israel en contra de los palestinos (árabes). Desde entonces, el odio a Occidente se ha acrecentado a la par que el fanatismo religioso islámico. Siento muchísimo que los cristianos que viven en algunos países árabes estén sufriendo las consecuencias. (El mismo sentimiento de rechazo que me provocaría la persecución de cualquier persona por practicar la religión que le plazca)
En adelante, será frecuente el uso de términos como interculturalismo, etnocentrismo, asimilacionismo, relativismo cultural, etc. Hacen referencia a distintas actitudes ante el hecho del multiculturalismo.
¡Ánimo!

A VUELTAS CON EL VELO ISLÁMICO

Con el resumen de este breve artículo pretendo, una vez más, plantear el problema del velo como símbolo del “choque de culturas”. Según el autor, aquellos que se oponen a su uso no lo hacen por motivos religiosos sino por su resistencia a aceptar a los que son diferentes.
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… Lo que está en juego aquí es una cuestión cultural. Bien sabemos que lo estrictamente religioso les trae sin cuidado a muchos de los que se oponen al velo islámico en los colegios públicos. Es la incapacidad para aceptar la diferencia, para aceptar al otro lo que alimenta esta batalla.
Es verdad que Francia e incluso Turquía prohíben el velo islámico en los edificios públicos… En el caso de Turquía, nación de mayoría islámica que intenta combatir el radicalismo, estamos hablando de circunstancias especiales en un país que, por otra parte, no se distingue por una tradición particularmente democrática. Por lo que respecta al caso de Francia, baste decir que su tradición centralista y autoritaria es algo que no deseo para España.
La mera idea de que, en nuestra época, y en nuestro clima liberal y democrático, se le pueda impedir a una persona que vista como quiera me parece poco menos que incomprensible. Me da igual si se pretende llevar a cabo dicha prohibición en nombre de una mal entendida igualdad. Si resulta que vamos a tener que regular la moda en los institutos para garantizar la igualdad de los alumnos apañados vamos. Y peor aún me parecen los abanderados de un feminismo mal entendido. Siempre me han producido desconfianza esos auto-proclamados misioneros o misioneras de la liberación sexual o de género que intentan liberar a otros (o más bien otras) a base de imponerles a toda costa lo que consideran su verdad superior… Denegar a una persona su legítimo derecho a vestirse como le venga en gana, especialmente cuando no hay en ello nada ofensivo ni provocador, y cuando además ese modo de vestir es expresión de unas convicciones religiosas, es un brutal ataque a la libertad de expresión y, lo que es peor, al derecho de esa persona a la igualdad. Esperemos que España no vaya por ese camino.

Publicado en “El País” por Juan A. Herrero Brasas, profesor de Ética Social en la Universidad del Estado de California (Northridge).

lunes, 27 de diciembre de 2010

MESA REDONDA

A mis colegas les hubiera gustado decir muchas más cosas de las que expusieron en la mesa redonda sobre el velo islámico. Dado el tiempo del que disponían no fue posible. Yo, en cambio, salí muy satisfecho, pues el temor que tenía, a saber, que no se hablase más que del velo, desapareció desde las primeras intervenciones de los alumnos. Habéis comprendido perfectamente cuál es el sentido y finalidad del debate: la posibilidad o no de una ética universal, la posibilidad o no de la convivencia, sobre la base de unos valores comunes a todos los hombres, con independencia de la cultura y sociedad a la que pertenezcan.
Los optimistas, los que piensan que sí es posible, lo tienen muy difícil, porque estamos asistiendo a un resurgimiento religioso de carácter agresivo. En este sentido, os reproducía en una entrada anterior un artículo sobre la persecución de que están siendo objeto los cristianos. Y como se puso de manifiesto en el acto del otro día, las religiones son una pieza fundamental para el buen entendimiento entre los hombres.
Sigo muy de cerca, principalmente a través de la prensa, las noticias relacionadas con el tema. En concreto, las violaciones de derechos humanos que se producen aquí y allá. Las condenas a muerte por lapidación que se producen en Irán, (en aplicación de la ley islámica), la mutilación genital femenina, el encarcelamiento de personas por motivos políticos… Y todo ello justificándose desde las particularidades propias de cada cultura.
¿Es inviable la democracia en sociedades no occidentales? Es la cuestión que hoy os planteo a través de un artículo del ABC que firma Guy Sorman. Con ocasión de la concesión del premio Nóbel de la Paz al chino Liu Xiaobo, expone el autor su firme convicción de que el pensamiento democrático no es ajeno a la tradición china.
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… El Partido trataba de persuadirnos de que los chinos solo aspiraban al desarrollo económico, de que alababan al régimen por la tasa de crecimiento, que no deseaban la democracia y que esta idea era occidental y ajena a la civilización china. Sin embargo, Liu Xiaobo lleva 20 años diciendo lo contrario y es totalmente chino: no es un invento de Occidente, sino un ilustrado clásico, arraigado en una tradición china de resistencia a la tiranía. La propia valentía de Liu Xiaobo y de su mujer Liu Xia se enmarca en la continuidad confucionista: antaño el ilustrado prefería suicidarse a ejecutar una orden injusta…
Si bien Liu Xiaobo está familiarizado, como lo están los intelectuales chinos desde hace dos siglos, con el pensamiento occidental, y aunque se ha inspirado a menudo en las formas de resistencia occidentales, no es un producto de Occidente… Liu Xiaobo fue designado por la comunidad intelectual democrática de Pekín, como el más representativo de todos: el jurado del Nóbel se ha sumado a la decisión tomada en la propia Cina …
… La mayoría (de los chinos) no mantienen una retórica elaborada sobre las instituciones de la democracia, pero constantemente, fuera del Partido incluso dentro de su propio seno, se reclama la libre elección de los dirigentes, con la esperanza de contener la arrogancia del Partido Comunista y la corrupción de sus representantes. Más que democracia clásica lo que reclaman los chinos, y simboliza Liu Xiaobo, es la justicia: la justicia como sentimiento moral. El mensaje que Liu Xiaobo ha hecho llegar a los chinos y al mundo a través de Liu Xia, que pudo reunirse con él en la cárcel, es extraordinariamente significativo: les dedica su premio (y la suma que lleva aparejada) a “las almas olvidadas” de Tiananmen.
… el mensaje de Liu Xiaobo se dirige también a Occidente. Nos dice: “Dejen de confundir al Partido Comunista con el pueblo chino… sepan que… compartimos los mismos valores y que aspiramos exactamente a las mismas libertades que los occidentales”. Unos días antes del anuncio del premio Nóbel Liu Xia me decía en Pekín: “Los disidentes chinos somos como los judíos en la Alemania nazi: nos persiguen, nos amenazan de muerte y los occidentales no os percatáis de ello. Cuando hayamos desaparecido todos, será demasiado tarde para que os preguntéis qué nos ha sucedido y por qué no habéis intervenido antes”…
Diario ABC, 11 de diciembre de 2010

jueves, 23 de diciembre de 2010

HABLEMOS DEL JAMÓN

Lo sabía, sabía que los Antonio Burgos que abundan en este país iban a sacar provecho de “la soberana tontería” (así lo ha calificado la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas) del alumno musulmán que denunció a un profesor por hablar del jamón en clase.
Don Antonio Burgos aprovecha la anécdota para arremeter contra “agnósticos y practicantes de religiones que aquí son raritas”, porque según él “vivimos en la dictadura de las minorías”.
Tengo la impresión de que Don Antonio Burgos es de los que piensan que todo, absolutamente todo, se debe decidir por mayoría (siempre y cuando lo decidido por la mayoría coincida con su forma de pensar, por supuesto) Así, por ejemplo, si la mayoría está de acuerdo con que el crucifijo presida las aulas de los centros de enseñanza (pública), el que no fuera así se debería a una imposición (a una dictadura, según él) de las minorías no católicas.
Pues no, Don Antonio, usted no se ha enterado aún de que la Constitución ampara a todos: creyentes (católicos y “practicantes de religiones que aquí son raritas”) y no creyentes. Lo que no ampara es a los fanáticos, sean católicos, practicantes de otras religiones o de ninguna.
Hago un resumen de su artículo que lleva como título el que encabeza esta entrada.
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Aunque esto sea una democracia con todos sus avíos, vivimos en la dictadura de las minorías. Parece increíble, pero en España las mayorías empiezan a tener miedo de las minorías. El principio democrático del respeto a las minorías ha sido cambiado aquí por el acoso a las mayorías. Si usted es, con una inmensa mayoría de españoles, católico, échese a temblar, pues el día menos pensado lo condenan a la hoguera las inquisitoriales minorías de agnósticos y practicantes de religiones que aquí son raritas. Es lo que le ha pasado en la Línea de la Concepción a don José Reyes Fernández, profesor de Geografía en un Instituto…
El profesor Reyes Fernández estaba dando sus clases sobre los distintos climas de España y comentó que el frío de Trevélez, en la sierra de Granada, favorecía la curación del jamón. Un alumno musulmán consideró que el ejemplo era una ofensa para su credo. Se chivó a su familia que le denunció. Y la Policía se personó en el Instituto para interrogar al profesor: que cómo es eso de hablar del jamón ante un alumno mahometano, hombre, si por lo menos se hubiera usted metido con el Papa por la pederastia…
… Nada, del jamón no se puede hablar, por la dictadura de las minorías….

Diario ABC, 22 de diciembre de 2010

miércoles, 22 de diciembre de 2010

UN ALUMNO MUSULMÁN DENUNCIA A UN PROFESOR POR HABLAR DEL JAMÓN EN CLASE

Este es el titular de una noticia que apareció en El Mundo el martes 21 de diciembre. Como es habitual, os hago un resumen, no sin antes hacer dos breves comentarios. El primero sobre el periodista (Alberto Espinosa) que comenta la noticia, el segundo sobre el contenido de la denuncia de los padres al profesor.
El periodista nos informa que la madre del alumno es “musulmana con nacionalidad española” y de su padre, en cambio, no nos da más que el nombre (Roberto Juan Álvarez). Deduzco de ello que el periodista ha confundido el pertenecer a una religión (musulmana) con la nacionalidad de origen (¿marroquí?), porque si no fuera así debería haber aclarado a qué religión pertenece el padre y no lo hace.
Respecto al contenido de la denuncia, si fuera cierto lo que afirma la tía del alumno, -insisto, si fuera cierto- que el profesor le dijo “que se marchase a su país”. He de observar que el alumno es español y no tendría sentido decir que se marche a España por la sencilla razón de que ya está en ella, en La Línea, para ser más preciso.
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…El alumno musulmán que nació en Valencia y cuenta con la nacionalidad española, está a punto de cumplir 13 años y no acude a clase desde hace dos días porque “está muy afectado”, según su familia. Su madre es musulmana, con nacionalidad española, Khadija M`Rabet, mientras que el padre es Roberto Juan Álvarez.
La denuncia fue interpuesta después de que el profesor explicara en una clase de geografía cómo afecta el clima a la actividad económica y citó el beneficio que el frío produce en los jamones de la localidad granadina de Trévelez, que él conoce.
Esto provocó cierto malestar en el estudiante, que llegó a pedirle al profesor que no hablara de jamones porque era musulmán. “Me quedé perplejo y le dije: Mira, muchacho, tú no eres quién para decirme a mí lo que puedo o no puedo hablar en clase y lo que tú comas o coma este otro a mí no me importa nada”, explicó el profesor a un diario local.
Cuando el alumno llegó a casa, lo comentó con sus familiares, quienes denunciaron el caso en la Comisaría de Policía Nacional, en la Fiscalía de Menores y ahora piden a la Junta de Andalucía que “cambie al niño de centro”, dijo a EL MUNDO la tía del menor de nombre Aisha.
“Hace ya dos días que no acude a clase, está muy afectado”, dice sobre el estado de ánimo de su sobrino. Todo se debe, según su versión, a que “el profesor insistió en cómo se corta el jamón, le llamó inútil y le dijo que se marchase a su país”.
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En el mismo diario y en una columna a parte se lee la siguiente noticia:

LA FEDERACIÓN ISLÁMICA HABLA DE SOBERANA TONTERÍA.
El presidente de la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas… consideró “una soberana tontería” que se denuncie a un profesor por hablar de jamón en clase pues, según explicó, el Corán prohíbe su ingesta pero no que se hable sobre ello.
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jueves, 9 de diciembre de 2010

ANTE LA PROHIBICIÓN DEL VELO INTEGRAL

Acabo de oír en la radio que el ayuntamiento de Lérida (cuyo alcalde es socialista) es el primero de España que ha prohibido el uso del burka en los espacios públicos. En la revista de Amnistía Internacional (revista y organización defensora de los derechos humanos), de fecha de septiembre de 2010, leo su opinión sobre este asunto. Se manifiestan en contra de la prohibición del velo integral (el burka o el niqab, prendas que sólo dejan ver los ojos). Os hago un resumen de sus argumentos.
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En los últimos meses, Bélgica, Francia, la provincia de Québec y algunos municipios de España han tomado medidas para prohibir el uso del velo integral en espacios públicos, y es muy probable que se introduzcan prohibiciones similares en otros países.
…Amnistía Internacional va a contracorriente de la opinión pública. ¿Por qué lo hacemos?
Como siempre, nuestro punto de partida es el derecho internacional de los derechos humanos. En este caso, concretamente, se trata del derecho a la libertad de expresión y de religión. Como norma general, el derecho a la libertad de religión y de expresión significa que todas las personas deben ser libres de elegir qué prendas de vestir usan y cuáles no. Por esta razón, Amnistía Internacional se opone tanto a los códigos indumentarios obligatorios, como los que existen en Irán y Arabia Saudí, como a las restricciones impuestas por los Estados que prohíben determinadas formas de vestir.
… No protegen los derechos de las mujeres… negar a las mujeres el derecho a decidir si desean o no usar el velo integral no puede justificarse con el argumento de que así se impide que algunas mujeres sean obligadas a utilizarlo. Estas prohibiciones entrañan el riesgo de que las mujeres que actualmente se cubren con velos integrales se vean confinadas en sus casas, con menos posibilidades de trabajar o estudiar y de acceder a los servicios públicos.
Lo que los gobiernos deben hacer es tratar de redoblar sus esfuerzos para combatir la discriminación que sufren las mujeres musulmanas, tanto en su comunidad como en la sociedad general en la que viven…
La popularidad de las prohibiciones sobre el uso de velos integrales se debe en gran parte a la percepción de que estas prendas son ajenas a las tradiciones y valores occidentales. Sin embargo, las normas internacionales de derechos humanos son muy claras al respecto: la disconformidad o la incomodidad de algunas personas, aunque se trate de una mayoría, nunca pueden ser argumentos legítimos para justificar la restricción de la libertad de expresión o de religión de otras.
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lunes, 6 de diciembre de 2010

EN DEFENSA DE LOS CRISITANOS

Las religiones son un componente esencial de las culturas, tanto es así que es frecuente denominar a las distintas civilizaciones según la religión mayoritaria que en ellas se practica. Así lo hace Samuel Huntington en su famoso libro “El choque de civilizaciones, donde habla, entre otras, de civilización cristiana, islámica o confucionista.
El resumen que hoy os entrego pone de manifiesto que se está produciendo un resurgimiento del fanatismo religioso que, en algunos países de religión islámica, se está traduciendo en una auténtica persecución de las minorías cristianas.
Os reproduzco un artículo de Henri Lévy, persona nada sospechosa de actitud antiárabe pues, como él mismo nos recuerda en este artículo, fue cofundador de Sos Racismo.
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…Fíjense en esos pakistaníes que, como Asia Bibi, son condenados a la horca por blasfemia que nadie piensa seriamente en abolir.
Fíjense en los últimos católicos de Irán que… en la práctica tienen prohibido practicar su culto.
Gaza, por supuesto; y, por desgracia, también la Palestina de Mahmud Abbas, donde esta misma semana han encarcelado a un joven internauta… cuyo único crimen fue el de haberse permitido criticar el islán en su blog y evocar el cristianismo sin desacreditarlo.
Y Sudán… la interminable guerra de exterminio que libran los islamistas del norte contra los cristianos del sur. Hace algunos días, monseñor Gabriel Zubeir Wako, cardenal arzobispo de Jartum, estuvo a punto de ser asesinado durante una misa al aire libre que presidía en esa ciudad.
Esos cristianos evangélicos de Eritrea, pobres entre los pobres, pero a quienes la Junta ha acusado de preparar un golpe de Estado para, a continuación, prometer una “purga” y que el país se verá libre de ellos antes de Navidad.
Esos sacerdotes católicos que, como le sucediera este 8 de noviembre al padre Christian Bakulene, cura … en la República Democrática del Congo, son abatidos a la puerta de sus iglesias por unos hombres de uniforme…
… Por no hablar del atentado perpetrado el 31 de octubre en Bagdad por un comando de Al Qaeda que tomó al asalto la catedral de Nuestra Señora del Socorro y mató a 44 fieles, la mayoría mujeres y niños.
Y afirmo, en cambio, que frente a estas persecuciones masivas de cristianos, frente al escándalo, por ejemplo, en Argelia, de las mujeres cabileñas y cristianas casadas por la fuerza o encarceladas, frente a la eliminación lenta, pero segura, de los últimos vestigios… de esas iglesias cristianas de oriente que tanto aportaron a la riqueza espiritual de la humanidad, ya no hay nadie.
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El País, 21-11-2010

LOS OBISPOS DEFIENDEN EL VELO ISLÁMICO

Una vez que mi ordenador ha sido limpiado de virus y posteriormente formateado vuelvo a estar con vosotros para introducir la última noticia relacionada con el uso del velo en las escuelas. Como ya os dije en la presentación del tema de este curso, la cuestión del velo es secundaria respecto del asunto principal: ¿es posible la convivencia entre personas que pertenecen a distintos ámbitos culturales?,
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La cruz sobre el pecho y el alzacuellos son símbolos religiosos como el hiyab. Por eso no resultó tan sorprendente que el portavos de la Conferencia Episcopal Española, Jaun Antonio Martínez Camino, defendiera ayer el velo islámico, aunque sin entrar en los detalles de la polémica sobre la adolescente madrileña Najwa Malha.
Martínez Camino… fue tajante: no tiene la menor duda de que la Constitución ampara la libertad de manifestar el credo a personas y comunidades.. Y, por tanto, aunque él no lo dijera explícitamente, ampara la libertad de lucir signos religiosos con el orden público como único límite.
Durante su comparecencia, Martínez Camino recitó el artículo 16.1 de la Constitución: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”.
… el jesuita insistió en que se confunden quienes creen que la solución a esta polémica es confinar los signos religiosos al ámbito privado. Lo que denominó “cada uno en su casita”.
… Casi a la misma hora que Martínez Camino tomaba la palabra, la Comisión Islámica de España, el órgano que agrupa al grueso de los musulmanes, emitió un comunicado que coincidía en sustancia con el pronunciamiento episcopal.
En el texto, la comisión pide que los colegios “eduquen en la tolerancia y el respeto a los demás, incluidas sus convicciones”. Invoca a continuación el derecho de Najwa a ejercer su libertad religiosa reflejando incluso exteriormente su fe a través de su atuendo.
Diario El País (no dispongo de la fecha)

martes, 2 de noviembre de 2010

"JUSTICIA DESTITUYE AL ALTO CARGO QUE REDACTÓ EL INFORME A FAVOR DEL VELO

Según el diario “El País”Don Juan Ferreiro, subdirector general de Coordinación y Promoción de la Libertad Religiosa, fue destituido por haber redactado una nota sobre “el caso Najwa” en la que se muestra crítico con la decisión de expulsar a la alumna del centro de enseñanza. Según este periódico la destitución de Ferreiro causó hondo malestar entre las comunidades musulmanas en España.
Reproduzco el resumen que El País hace de la nota de Ferreiro.
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“El derecho a profesar una creencia incluye el derecho a expresar, exteriorizar o vestirse de acuerdo con las mismas”
“El Estado, siguiendo el mandato del artículo 9.2 de la Carta Magna, debe proteger esa opción personal”
“Ningún derecho fundamental es ilimitado. La propia ley orgánica de libertad religiosa nos marca los límites: los derechos fundamentales de los demás y el orden público”.
“Que una alumna lleve velo en una escuela pública no ofende los derechos fundamentales de los demás, ni el orden público (seguridad, sanidad y moralidad pública)”.
“No hay ninguna ley que prohíba a las alumnas portar el hiyab en clase”.
“El criterio que las autoridades educativas han mantenido hasta ahora en los poquísimos casos en que esta costumbre ha derivado en un problema es que el derecho del alumno a ser escolarizado en condiciones dignas prima sobre cualquier otro tipo de consideraciones como, por ejemplo, el derecho del centro público a imponer una normativa con relación a la vestimenta”.

El País, 11 de mayo de 2010.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Los políticos y el velo

¿Tienen los políticos de izquierdas y los políticos de derechas definida su postura en torno al uso del velo en las escuelas -o el burka o el niqab en los espacios públicos-? De los artículos que he leído en la prensa parece desprenderse que los “progresistas” son más tolerantes que los “conservadores”. Sin embargo, hay muchas excepciones por las dos partes; quiero decir que, dentro de las filas progresistas hay bastantes detractores del velo y, al contrario, en las filas conservadoras, bastantes partidarios del mismo. Probablemente las razones que mueven a unos y otros a opinar como lo hacen sean distintas.
Reproduzco, en esta ocasión, una breve entrevista al presidente de la Comunidad de Melilla. Milita, como en ella se dice, en el Partido Popular.
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Obtuvo recientemente el galardón Islán y Convivencia, que otorga la Federación de Musulmanes de España y por eso los que se lo concedieron le animan ahora a apaciguar los ánimos en el conflicto sobre el hiyab (pañuelo islámico). Aunque es del PP, Juan José Imbroda, de 65 años, presidente de Melilla desde hace una década, mantiene sobre el velo una postura tolerante. No en balde la mitad de los 75.000 habitantes de su ciudad son musulmanes.
Pregunta. ¿A favor o en contra del hiyab?
Respuesta. A favor siempre y cuando no sea una imposición a la mujer. Ante todo, la libertad de elegir ponérselo. Por eso creo que no se debería llevar antes de la mayoría de edad. En todo caso no supone una afrenta ni una provocación. Obedece a la tradición, sobre todo en esta zona bereber, y a la religión. En ambos casos es respetable.
P.¿ Después del hiyab, el burka o el niqab que tapan el rostro?
R. No. Estos anulan a la mujer, la convierten en un fantasma. Habría que prohibirlo en lugares públicos. Se podría aprovechar la futura ley de libertad religiosa para prohibirlo.
P. ¿Es usted más tolerante que su partido?
R. El PP no tiene una postura. No he escuchado a Mariano Rajoy pronunciarse. Tenemos un concejal en Gines (Sevilla) que lleva hiyab. En la Península suscita reticencias y hasta asusta. Falta pedagogía.
P. ¿Se ha gestionado bien el hiyab en Pozuelo de Alarcón?
R. Hubo demasiada polémica, lo que ahonda el foso entre unos y otros. Además no creo que la decisión corresponda al instituto o al Consejo Escolar. Un centro no debe poder vetarlo y el otro autorizarlo. Debe tomarse, como mínimo, a nivel de comunidad autónoma.
P. ¿Puede servir Melilla de ejemplo?
R. Sí. Musulmanes, cristianos y judíos vivimos juntos y en paz. El hiyab no supone ningún obstáculo a nuestra convivencia. El 40% de los afiliados al PP son musulmanes. Yo gano las elecciones gracias, en parte, al voto musulmán.
El País, 2 de mayo de 2010.

martes, 26 de octubre de 2010

A favor del uso del velo en la escuela

Sigo reproduciendo noticias y artículos relacionados con el caso Najwa. Os recuerdo que se trata de la musulmana que fue expulsada del centro por llevar el hiyab en la clase. La Consejería de Educación de Madrid le proporcionó otro centro en el que no pusieron impedimentos a llevar la citada prenda.
La noticia tiene como título “Un foro de respaldo reúne firmas”. (El País, 22 de abril de 2010).
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La polémica por el velo de la joven de Pozuelo de Alarcón (Madrid) hierve en la red social Facebook, donde se ha creado un foro monográfico -anoche rozaba los 700 miembros- que recogen firmas para enviar una carta a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Estos internautas quieren conseguir así que Najwa vuelva a su instituto sin necesidad de renunciar a llevar el hiyab (velo islámico). En la carta transmiten a la presidenta Aguirre su “inquietud y malestar” por lo que consideran una vulneración de los derechos de libertad religiosa y educación de la menor.
Aluden a la Constitución, a la Carta Universal de los derechos del hombre, a la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea y a la Convención de los Derechos del Niño. Se preguntan cómo el reglamento de un centro escolar “puede estar en contra” de todas estas normas de rango superior. La propuesta de la Consejería de Educación de ofrecerles otro centro en el municipio, sin reglamento contrario a cubrirse la cabeza, les parece “un parche” que no soluciona “el problema de fondo: la falta de respeto a la diversidad”....

lunes, 18 de octubre de 2010

MUCHAS DUDAS Y ALGUNA SOSPECHA

Es el título de un artículo de opinión que firma Gabriela Cañas, publicado en El País el 30 de abril de 2010. Comenta su autora el caso de la alumna musulmana que fue expulsada del centro en el que estudiaba por llevar el hiyab (velo islámico). Como vais en leer en el resumen, Gabriela Cañas argumenta en contra de su uso en la escuela.

… Este asunto levanta pasiones... La cuestión es que el hiyab informa acerca de la identidad y las creencias religiosas de unas menores. Es una prenda que tiene su origen en los textos sagrados, que aluden a ella como símbolo de sometimiento al varón, y que marca sólo a las niñas (nunca a los niños), especialmente cuando adquieren su plena capacidad reproductiva. ¿Qué hay de malo en ello?, se argumenta. ¿A quién hacen daño esas niñas veladas? En principio, a nadie. Yo tuve que usar velo en misa cuando de pequeña iba a un colegio de monjas. Eso tampoco hacía daño a nadie. Ahora siento que fui sometida a una costumbre de connotaciones religiosas y machistas que considero injusta, además de ridícula e incómoda.
Se alega que se debe garantizar el derecho a la educación de la joven, pero nadie se lo está negando. Sólo se le está pidiendo que, en clase, cumpla las normas como el resto...
La libertad religiosa de Najwa y su familia también está garantizada. O debe estarlo. Nadie les niega el derecho a profesar su credo y a usar el hiyab; salvo que éste lo lleven a clase.
Percibo en todo este debate un cierto sentimiento de culpa hacia otras culturas. Es cierto que nuestro pasado colonialista y nuestro presente xenófobo no son las mejores cartas credenciales, pero nos hemos dotado de leyes y pautas de convivencia que han profundizado en la laicidad del Estado y, sobre todo, en la liberación femenina.
Es chocante tanta timidez a la hora de pedir que en nuestro suelo, se acaten nuestros principios. La igualdad es uno de ellos. Así que resulta difícil explicarle a Najwa que apoyamos la igualdad mientras hacemos excepciones con ella con una prenda que la marca de manera inequívoca y discriminatoria en la escuela pública....
...¿hay que regular el hiyab en las escuelas públicas? ¿Incluso prohibirlo? A lo mejor sí. Pero si, tras una reflexión serena, se decidiera en tal sentido, entonces, con carácter previo, reformemos la Ley de Libertad Religiosa y revisemos el acuerdo con la Santa Sede, profundicemos en la laicidad y pongamos coto a tanta ostentación de símbolos católicos en nuestra vida oficial y pública. Símbolos de una creencia religiosa, por cierto, que como la musulmana favorece tan escandalosamente la discriminación de la mujer. No es de extrañar que hasta la Conferencia Episcopal haya defendido el hiyab.
Por todo ello, frente a la defensa de la total tolerancia al velo, me surgen tantas dudas y me asalta la sospecha.

miércoles, 13 de octubre de 2010

¿Velo?, no

La polémica del velo comenzó en España, si no recuerdo mal, en el año 2002. Sucedió entonces que una alumna fue expulsada de un centro de enseñanza católico por ir el con el velo a clase. Como os podéis imaginar levantó un gran revuelo, similar al que provocó el curso pasado la expulsión de la alumna de un centro público de secundaria por el mismo motivo. Los artículos de opinión a favor y en contra de la medida fueron muy abundantes. En esta ocasión, os reproduzco un resumen de un artículo que con el título de “Tolerancias necias” escribió Javier Marías en el suplemento dominical de El País.

Si en países más dados a razonar se han soltado disparates, era de temer que aquí nos tocara oír y leer necedades sin cuento. Y eso que la disputa ha sido hasta ahora por una cuestión bastante inocente y nimia. No quiero ni pensar cuando empiecen a ocurrir casos más graves, como los ya habidos en Inglaterra, Francia o Alemania. En Inglaterra, por ejemplo, donde hay numerosos inmigrantes de Pakistán y de Bangla Desh, ha sucedido que algún individuo originario de uno u otro lugar haya destrozado con ácido el rostro de una hija, una hermana, una novia o una esposa, siguiendo una práctica al parecer no desusada ni muy condenada en esas naciones asiáticas, en las cuales -espero que sólo entre minorías- se considera delito o pecado o ambas cosas (nada fáciles de distinguir en según qué latitudes), que una mujer se niegue a casarse con quien se le asignó al nacer, o que se relacione con un “infiel” (es decir, un occidental), no digamos que cometa adulterio o algo que se le asemeje en las muy susceptibles mentes o imaginaciones de los dominantes varones.
Pues bien, hasta en Londres ha habido estúpidas y criminaloides voces... Esas voces... venían a sostener que lo que un inglés blanco de pura cepa no podría hacer sin que se le cayera el pelo, un inglés pakistaní o bengalí sí, e impunemente, porque la fechoría en cuestión sería legítima o estaría consentida en sus culturas y países de orígen. Y claro, añadían esas repugnantes voces: hay que respetar la diversidad, y las creencias de cada cual, y sus costumbres, y nosotros no podemos imponer las nuestras sin con ello caer en la intolerancia, el “colonialismo” y, por qué no, el racismo.
Aquí ha bastado el pañuelo de una niña magreví para leer y escuchar toda suerte de majaderías...En uno de los suplementos de este Semanal... he tenido que leer frases como estas: “No estaría mal que nos dieran cursos acelerados por televisión sobre la vida y costumbres de los inmigrantes. Si hemos de vivir juntos, tratemos de que ellos respeten nuestras leyes y costumbres, y nosotros, las suyas”. Es difícil decir más sandeces y barbaridades en tan poco espacio... Pero, ¿qué es esa locura de que nosotros debamos “respetar sus leyes” ¿Sus leyes?... Uno de los fundamentos de cualquier justicia digna del nombre es que la ley sea la misma para todos y obligue a todos por igual... ¿Qué quería decir la señora que soltó estas frases? ¿Tal vez que debíamos respetar que los musulmanes aquí instalados y regidos por el código religioso-penal llamado sharia -el que ha estado a punto de lapidar a una acusada de adulterio en Nigeria, el que corta la mano al ladrón, decapita a homosexuales y no sé cuántas salvajadas más- lo apliquen libremente y sin consecuencias en nuestro territorio, porque al fin y al cabo, oiga, es parte de su cultura y por tanto algo intocable?... No me queda más espacio para proseguir, pero los “tolerantes” demagógicos y criminaloides olvidan, cuando argumentan sus estúpidas atrocidades, que la única ley es la del lugar del destino, y que a ella han de atenerse cuantos se instalen aquí. Y si tenemos la suerte -no siempre fue así- de que nuestras leyes son hoy democráticas, y condenan la discriminación, y no admiten la pena de muerte, ¿qué es lo que quieren esas voces necias, que pongamos excepciones a lo que nos costó no poco y además nos parece bien?...
El Semanal, 28 abril 2oo2

viernes, 1 de octubre de 2010

Curso 2010-2011

“VELO SÍ, VELO NO”.

PRESENTACIÓN

Estimados alumnos: Un nuevo curso, un nuevo tema de debate . Algunos de vosotros ya sabéis de qué va, pues os lo he comunicado en las clases. El tema me lo sugirió un suceso que ocurrió el año pasado en un centro de secundaria, donde una alumna musulmana fue expulsada de dicho centro por llevar el “velo”que cubría su cabeza. No es la primera vez que sucede en España y otros países europeos y, seguramente, no será la última.
Desde que esto sucedió, los medios de comunicación no han dejado de prestarle atención y los artículos y comentarios sobre el uso del velo en las escuelas, tanto a favor como en contra, son muy abundantes. (Os iré reproduciendo algunos de estos artículos de prensa).

Pretendo en esta primera entrada aclarar dos cuestiones. La primera de ellas hace referencia al término “velo”. El velo es una prenda que cubre la cabeza y que las mujeres españolas llevaban , hasta hace no mucho tiempo, cuando iban a la iglesia. El “velo” musulmán, al igual que el español, es una prenda que cubre la cabeza y deja libre la cara. Su nombre es “hiyab”. Por razones prácticas vamos a seguir empleando el término “velo” para referirnos al hiyab.
Hecha esta precisión, paso a lo que más importa que es aclarar el objetivo de este debate. Pese al título, no pretendemos plantear sólo -ni principalmente- si estáis o no de acuerdo con que se permita el uso del velo en las aulas o si, como se ha aprobado en Francia, estáis o no a favor de la prohibición del burka (prenda que oculta completamente el cuerpo de la mujer y cuyas portadoras sólo pueden ver a través de una rejilla de tela) en los espacios públicos.

Con la mayor brevedad posible os expongo los problemas que pueden plantearse :

1.El más directamente relacionado con el título del debate: ¿Cuál es el significado del velo?; ¿es un símbolo religioso?; ¿expresa la inferioridad de la mujer respecto del varón?, ¿es un signo de identidad cultural?; las tres cosas a la vez?. En el primer supuesto, ¿debe permitirse su uso en la escuela pública que por serlo está al margen de cualquier religión?. En el segundo supuesto, ¿debería permitirse su uso en una sociedad democrática que se rige por el principio de igualdad entre los sexos? Y, por último, si no es más que una seña de identidad cultural, ¿no deberíamos practicar la virtud de la tolerancia respetando su uso?

2.Vivimos en un mundo intercultural. A los países más industrializados (Canadá, EEUU, Europa Occidental...) han llegado personas de ámbitos culturales muy distintos al de sus receptores, con valores y creencias distintas, lo que puede plantear graves conflictos de convivencia.
En las sociedades occidentales -y algunas no occidentales- a pesar de su fragmentación en cuanto a las creencias, compartimos unos valores mínimos, los necesarios para hacer posible la convivencia, son los valores contenidos en la Declaración Universal de los Derechos humanos: libertad, igualdad, justicia... Pues bien, estos valores mínimos ¿no podrían ser la base sobre la que se asiente una sociedad mundial? ¿Nuestros códigos morales son tan radicalmente opuestos que el entendimiento entre hombres de diferentes culturas es imposible?. Dicho de otra manera: ¿es posible una ética universal?

3. ¿No hemos llegado a un punto en el que esta aldea global -el planeta tierra- está obligada a entenderse porque de lo contrario no se salva nadie? Y no lo digo en sentido metafórico sino real. Los problemas que tiene la humanidad son de la humanidad : la degradación de la naturaleza, el terrorismo,la superpoblación, la pobreza... a todos, independientemente de su cultura o nivel económico,de una u otra manera nos afectan.

4.Ante la diversidad cultural se han dado diversas respuestas. Desde el punto de vista de política internacional, pienso que hemos llegado a una situación en la que no caben más que dos: o “alianza de civilizaciones” o “choque de civilizaciones”.




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miércoles, 31 de marzo de 2010

ÚLTIMA ENTRADA

Estimados alumnos:
Dado que en la última reunión faltaron algunos grupos, reitero lo que allí se dijo.
- Los debates tendrán lugar el lunes y martes a partir del recreo.
- El lunes durante el recreo se celebrará el sorteo tanto del orden de los debates como de los grupos que se enfrentan.En el supuesto de que los grupos sean impares, se decidirá por sorteo el que pasa a la siguiente fase de forma automática.
- En la primera fase resultarán ganadores los grupos que mayor puntuación hayan obtenido de entre todos los debates. En las siguientes, cada debate será eliminatorio.
- Los premios se entregarán inmediatamente después de concluir el debate final.
...Y no me queda más que deciros que estoy convencido de que una vez finalizada vuestra participación vamos a saber mucho más sobre si ha habido o no progreso moral. !Ánimo!.
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En esta última entrada os reproduzco un capítulo de un libro titulado "Luces en la ciudad democrática", su autor es Reyes Mate.

CRIMEN CONTRA LA HUMANIDAD
Jorge Luis Borges, en el relato Deutches Requiem, habla de un oficial nazi, Otto Dietrich zur Linde, que va a ser ejecutado a la mañana siguiente. Durante la vigilia, repasa su vida y no puede más que sentirse orgulloso de ella. Apostó por el nuevo hombre hitleriano y en ello puso todo su empeño. "El nazismo intrínsecamente, es un hecho moral, un despojarse del viejo hombre, que está viciado, para vestirse de nuevo", declara a modo de principio filosófico. Sólo descubre una mancha en su inmaculado expediente, mancha que no pasó de una tentación a la que afortunadamente supo resistir. Fue una noche cuando compareció ante él un anciano, poeta por más señas, que respiraba bondad por los cuatro costados. Se llamaba David Jerusalem. "Fui severo con él", confiesa, "no permití que me ablandara ni la compasión ni su gloria". Está evocando el momento de debilidad, cuando tuvo la tentación de perdonarle la vida. Esa fue la tentación que superó bravamente ordenando su destrucción. "Ignoro", se dice en este momento solemne, "si Jerusalem comprendió que si yo lo destruí, fue para destruir mi piedad. Ante mis ojos, no era un hombre, ni siquiera un judío; se había transformado en el símbolo de una detestada forma de mi alma. Yo agonicé con él, yo morí con él, yo de algún modo me he perdido con él; por eso, fui implacable".
Tenía que matar la compasión que empezaba a renacer en él. No se mata impúnemente. El crimen deshumaniza al criminal. Los nazis lo sabían bien, por eso sometían a sus cachorros a una "cura de in-humanidad" con el fin de despojarlos de todo rastro de humanidad y de hacerlos aptos para las tareas genocidas que se esperaba de ellos. Cuando Hitler expone el programa educativo que tiene que recorrer el "hombre nuevo" del nazismo, no tiene empacho en desvelar el precio que tendrán que pagar: "Estos", dice, "no volverán a ser libres para el resto de sus vidas". El crimen insensibiliza una parte de la humanidad del verdugo y de aquellos que lo jalean o se muestran indiferentes.
Para caracterizar el horror del proyecto nazi de exterminio, hasta entonces desconocido, los juristas tuvieron que inventar una nueva figura jurídica, la de "crimen contra la humanidad". Es una formulación muy severa si nos fijamos bien en ella porque ese crimen afecta a la humanidad en su sentido biológico, pero también en un sentido moral.
"Crimen contra la humanidad" significa, en efecto, genocidio, es decir, atentado contra la integridad física del género humano. El hitlerismo perseguía con el proyecto de exterminio del pueblo judío privar al frondoso árbol de la especie humana de una de sus ramas, la representada por el pueblo judío.
Pero "crimen contra la humanidad" también significa algo más: atentar contra la humanización del hombre. El ser humano ha hecho esfuerzos ingentes, a lo largo de eso que llamamos proceso civilizatorio, para liberarse de la animalidad en sus comportamientos. Eso que en nuestra cultura llamamos "política", "moral", "ciencia" o "estética" son la expresión humana de esa lucha por dar una base racional a la convivencia y por hacer la estancia en este mundo más feliz. Bueno, pues el "crimen contra la humanidad" también tiene en el punto de mira sabotear ese proceso como si molestara el tipo de hombre por el que la humanidad ha luchado. Sabemos que los líderes nazis escribían las palabras "hombre", "humanidad", "humano", así, entre comillas o corchetes, como si no se fiaran y quisieran someter esos términos sospechosos a vigilancia.
Alguien ha dicho que en los campos de exterminio no sólo murió el judío sino también el hombre, es decir, algo de la humanidad del hombre. En el relato de Borges se habla del asesinato de la compasión, pero no sólo en los verdugos, también en la mayor parte de los europeos que miraron con indiferencia lo que estaba ocurriendo. Nueve de cada diez europeos miraron hacia otro lado. Un superviviente del gheto de Varsovia llegó a escribir en sus memorias:"Indiferencia y crimen es lo mismo". Y los filósofos Adorno y Horkheimer apuntaron en la misma dirección:"La frialdad, ese principio de la subjetividad burguesa sin el que Auschwitz no hubiera sido posible". Otra pérdida que hay que constatar es la de la memoria. El pueblo judío es el pueblo de la memoria, de ahí que debamos sospechar de la humanidad ha perdido en el Holocausto su capacidad de recordar. Habrá que preguntarse si no nos pasa lo que al pueblo de Macondo en Cien años de soledad: que padecemos la peste del olvido y de ahí que nos cueste tanto recordar a las víctimas que produce la marcha triunfal de la historia.

miércoles, 24 de marzo de 2010

LA COMUNIDAD ANTE EL PROGRESO

En el último número (marzo de 2010) de la revista Claves De La Razón Práctica, F. Savater firma un artículo con este título. El autor es conocido por los alumnos que han estudiado la asignatura de Ética de 4º curso con su libro “Ética para Amador”. Savater es una de esas pocas personas consecuentes con sus ideas. Podría haber vivido cómodamente sin más desasosiego del que pueda producir su profesión de docente. Y sin embargo prefirió no callar ante la barbarie terrorista ni el irracionalismo nacionalista. A causa de ello, tiene que andarse con mucho cuidado cuando va a su tierra natal. Os hago un resume.

“Lo único que está claro es que hoy el progreso ya no es lo que era... Hoy nadie niega que haya progreso técnico o que “las ciencias adelantan
que es una barbaridad”, como decía la antigua tonada, pero pocos consideran esos avances como una evidencia redentora. Más bien al contrario, se los ve como fuentes de nuevos peligros en un mundo ya expoliado y contaminado, o en unas vidas -las nuestras cotidianas- sometidas al estrés consumista de correr incesantemente tras los últimos aparatos que deberían ayudarnos a vivir y en cambio se convierten en una tiránica fuente de agobio...
Parece evidente que todas las mejoras de algunos se han pagado a un altísimo precio y que los valores humanitarios o humanitaristas no han avanzado de una manera tan clara como otras consideraciones materiales. ¿O no es así? ¿No será este escrúpulo, precisamente, este íntimo asco a sentirnos mejores moralmente que otros mientras queden tantas miserias por remediar, esta imposibilidad de gozar con buena conciencia, lo más parecido a un progreso moral que haya habido en nuestra época?
Pero es que además pueden señalarse retrocesos concretos y comprobables en determinados campos relacionados con la moralidad social y sencillamente con las libertades públicas... Como ejemplo destacado John Gray propone con buenas y agobiantes razones el caso de la tortura. No es un ejemplo menor, porque la lucha contra el tormento fue uno de los más nobles emblemas de la Ilustración... Sin embargo, en la última década... autoridades, personalidades jurídicas y hasta pensadores políticos liberales han justificado ciertas formas de tortura...
Por mi parte, yo señalaría como un evidente retroceso de lo que creíamos avanzado en ese delicado campo de la libertad cívica, el revival de las formas más agresivas e invasivas de la creencia religiosa incluso en las comunidades democráticas más desarrolladas. Si algo parecía haber caracterizado el progreso moral en nuestra convivencia era el establecimiento, aparentemente definitivo, de la libertad de conciencia y por tanto la asignación de la fe o la ausencia de ella al ámbito más íntimo...
Sin embargo, asistimos a un regreso de la religión -o, por mejor decir, de las influencias de las iglesias y los clérigos con ansias de poder social- en los países occidentales, sea como legitimación de los gobernantes (o de grupos terroristas que atacan a civiles inermes), sea bajo el eufemismo de “laicidad positiva” (que consagra la necesidad de una visión religiosa de la moral sobre la puramente humanista), sea como competidora de la ciencia o la educación cívica en la escuela...
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Cuanto más desarrollado y avanzado es un país -los nuestros europeos, por ejemplo- más común es que periodistas o profanos pregunten al filósofo: pero en nuestra época... ¿es posible todavía pensar? ¿cómo hablar de ética aún en nuestras sociedades? ¿cómo soportar la soledad del hombre contemporáneo? Etcétera... O sea que podría suponerse por tales angustias que la vida en nuestros países civilizados es más atroz que en la era de la esclavitud... Y lo más grave es que tales espejismos no aquejan solamente a personas indocumentadas hechizadas por nigromantes mediáticos, sino también a cultos profesores y ciudadanos con estudios. Los beatificadores del ayer que nunca fue, son sobre todo enemigos de un presente del que sólo aprecian los fallos y no sus logros. La ausencia de lo mejor y su perfección inalcanzable se ha convertido en enemiga de lo bueno, siempre relativo y condicionado a límites a veces dolorosos...
Y es que el progreso ya no es una esperanza, sino un hábito: se ha desgastado por el uso. Perdida su primera ilusión, nos ha dejado sólo sensibilidad ante sus incomodidades, insuficiencias e injusticias. Sobre todo, nos ha inoculado un virus que ayer fue motor y hoy es intolerable agobio: la impaciencia. Quienes confiaban en la Providencia suponían que antes o después llegaría el Reino de Dios y que los plazos del Señor no se miden según el tiempo humano. Pero hoy lo exigimos todo de inmediato y completo... Para la comunidad que abomina del progreso y le reprocha todo lo que no ha cumplido sólo quedan los aspectos más exterminadores de la fe, entre ellos la fe en el dinero -el más urgente e insatisfactorio de los dioses- y la búsqueda ansiosa de una seguridad desentendida de cualquier aspecto de justicia a escala comunitaria o planetaria. Es decir, lo único que progresa es la frustración. Uno de sus síntomas peores es el abandono de la política como práctica inexcusable de la comunidad democrática y la entrega al populismo o la dimisión del papel crítico y participativo de la ciudadanía.
Sin embargo algunos, pese a estos vientos adversos, no quisiéramos renunciar del todo a un cierto progresismo de raíz ilustrada, que celebra lo conseguido sin autosatisfacción inmovilista y continúa creyendo que merece la pena esforzarse por lograr mejoras y corregir errores. Tanto la esperanza que da el visto bueno a todo lo que ocurre, por atroz que sea, como la desesperación que no resalta sino los incumplimientos del ideal y se condena a la impotencia son formas de un mismo mal social: la pereza. Pero las comunidades perezosas están condenadas a servir a los más audaces de ellas que rara vez son los mejores.
… nacemos rodeados de males y sin duda moriremos rodeados también de males, eso es seguro. Lo único que podemos intentar es que los primeros no sean idénticos a los últimos..."

miércoles, 10 de marzo de 2010

Hombres sin alma

Juan Manuel de Prada es escritor y periodista. Escribe en el suplemento dominical de ABC. Como le leo habitualmente puedo aseguraros que sé lo que opinaría de nuestro tema de debate. Afirmaría enérgicamente que estamos asistiendo a un retroceso moral muy grave. Os hago un resumen de este artículo de cuya fecha, aunque reciente, no me acuerdo.

"... parece evidente que la historia humana tiende a repetirse cíclicamente; no tanto en sus avatares concretos como en lo que podríamos denominar "el clima cultural" que los favorece. Sin embargo, existe un factor que distingue nuestra época de cualquier época anterior; un factor tan gigantesco que suele pasar desapercibido.
... nunca el tejido de los vínculos humanos (los vínculos de la tradición que facilitan la transmisión de afectos y conocimientos entre generaciones, los vínculos comunitarios, que nos protegen frente a agresiones externas)estuvieron tan deteriorados, y nunca existió un tejido de "hipervínculos" ideológicos y propagandísticos tan robusto y avasallador.
... En nuestra época, los hipervínculos actúan directamente sobre la conciencia, sin violencia ni imposición, como una lluvia menuda que todo lo impregna, mediante estrategias propagandísticas mucho más eficaces -mucho más avanzadas tecnológicamente- que la mera persecución policial. Para lograr tal violación incruenta de las conciencias se ha completado previamente la disolución de los vínculos humanos que nos protegían de agresiones externas: se ha anulado el sentimiento de pertenencia; se ha devastado ese tejido celular básico de la sociedad donde florecían las adhesiones fuertes y duraderas; se han exaltado las luchas entre sexos, los conflictos generacionales, los rifirrafes ideológicos, hasta dejar las conciencias a la intemperie, siempre con la coartada de una más exigente "búsqueda de libertad". Y como la necesidad de entablar vínculos es constitutiva de la naturaleza humana, esos hombres que han convertido la sociedad humana natural (llámese familia, clan o comunidad religiosa)en un campo de Agramante o torre de Babel, esos hombres a la greña necesitan encontrar un refugio que los proteja y les espante la zozobra, la sensación de soledad profunda e irremisible. Así, huyendo de la intemperie, entregan gozosos su conciencia a los hipervínculos establecidos desde el poder: comulgan con las ruedas de molino de la ideología triunfante, se adhieren fervorosamente a las consignas establecidas por la propaganda (que ya no perciben como imposiciones, sino como benéficas reglas de supervivencia), rinden en fin su alma desvinculada a la trituradora que los recibe con una sonrisa hospitalaria. Esta nueva forma de esclavitud -universal y gozosa- es el factor más significativo de nuestra época; y lo que la distingue de cualquier otra época pretérita.

martes, 9 de marzo de 2010

Stefan Zweig

Fue un escritor austriaco de gran éxito. Nació en el seno de una familia judía acomodada. Zweig escribe El mundo de ayer-Memorias de un europeo el año 1941/42. Poco después, ante la creencia de que el nazismo triunfaría en el mundo, se suicidó.
En esta obra y en el capítulo que reproduzco, hace una comparación entre la época que le tocó vivir y la anterior al 1914. Una época que vivía bajo la sombra de los ideales ilustrados: libertad, igualdad, progreso ininterrumpido, racionalidad..."fue un castillo de naipes", concluye Zweig.



“Si busco una fórmula práctica para definir la época de antes de la Primera Guerra Mundial, la época en que crecí y me crié, confío en haber encontrado la más concisa al decir que fue la edad de oro de la seguridad. Nadie creía en las guerras, las revoluciones ni las subversiones. Dicho sentimiento de seguridad era la posesión más deseable de millones de personas, el ideal común de vida. El siglo XIX, con su idealismo liberal, estaba convencido de ir por el camino recto e infalible hacia «el mejor de los mundos». Se miraba con desprecio a las épocas anteriores, con sus guerras, hambrunas y revueltas, como a un tiempo en que la humanidad aún era menor de edad y no lo bastante ilustrada. Ahora, superar definitivamente los últimos restos de maldad y violencia sólo era cuestión de unas décadas, y esa fe en el «progreso» ininterrumpido e imparable tenía para aquel siglo la fuerza de una verdadera religión; la gente había llegado a creer más en dicho «progreso» que en la Biblia, y su evangelio parecía irrefutablemente probado por los nuevos milagros que diariamente ofrecían la ciencia y la técnica. Nosotros que en el nuevo siglo hemos aprendido a no sorprendernos ante cualquier nuevo brote de bestialidad colectiva, nosotros, que todos los días esperábamos una atrocidad peor que la del día anterior, somos bastante más escépticos sobre la posibilidad de educar moralmente al hombre. Hoy, cuando ya hace tiempo que la gran tempestad lo aniquiló, sabemos a ciencia cierta que aquel mundo de seguridad fue un castillo de naipes.

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Si busco una fórmula práctica para definir la época de antes de la Primera Guerra Mundial, la época en que crecí y me crié, confío en haber encontrado la más concisa al decir que fue la edad de oro de la seguridad. Todo en nuestra monarquía austríaca casi milenaria parecía asentarse sobre el fundamento de la duración, y el propio Estado parecía la garantía suprema de esta estabilidad.

PARA LA GENTE DEL SIGLO XIX, LA FE EN EL PROGRESO ININTERRUMPIDO E IMPARABLE TENÍA LA FUERZA DE UNA VERDADERA RELIGIÓN, PROBADA POR LOS MILAGROS QUE A DIARIO OFRECÍAN LA CIENCIA Y LA TÉCNICA

Los derechos que otorgaba a sus ciudadanos estaban garantizados por el Parlamento, representación del pueblo libremente elegida, y todos los deberes estaban exactamente delimitados. Nuestra moneda, la corona austríaca, circulaba en relucientes piezas de oro y garantizaba así su invariabilidad. Todo el mundo sabía cuánto tenía o cuánto le correspondía, qué le estaba permitido y qué prohibido. Todo tenía su norma, su medida y su peso determinados. Quien poseía una fortuna podía calcular exactamente el interés que le produciría al año; el funcionario o el militar, por su lado, con toda seguridad podía encontrar en el calendario el año en que ascendería o se jubilaría. Cada familia tenía un presupuesto fijo, sabía cuánto tenía que gastar en vivienda y comida, en las vacaciones de verano y en la ostentación y, además, sin falta reservaba cuidadosamente una pequeña cantidad para imprevistos, enfermedades y médicos. Quien tenía una casa la consideraba un hogar seguro para sus hijos y nietos; tierras y negocios se heredaban de generación en generación; cuando un lactante dormía aún en la cuna, le depositaban ya un óbolo en la hucha o en la caja de ahorros para su camino en la vida, una pequeña “reserva” para el futuro. En aquel vasto imperio todo ocupaba su lugar, firme e inmutable, y en el más alto de todos estaba el anciano emperador; y si éste se moría, se sabía (o se creía saber) que vendría otro y que nada cambiaría en el bien calculado orden. Nadie creía en las guerras, las revoluciones ni las subversiones. Todo lo radical y violento parecía imposible en aquella era de la razón.

Dicho sentimiento de seguridad era la posesión más deseable de millones de personas, el ideal común de vida. Sólo con esta seguridad valía la pena vivir y círculos cada vez más amplios codiciaban su parte de este bien precioso. Primero, sólo los terratenientes disfrutaban de tal privilegio, pero poco a poco se fueron esforzando por obtenerlo también las grandes masas; el siglo de la seguridad se convirtió en la edad de oro de las compañías de seguros. La gente aseguraba su casa contra los incendios y los robos, los campos contra el granizo y las tempestades, el cuerpo contra accidentes y enfermedades; suscribía rentas vitalicias para la vejez y depositaba en la cuna de sus hijos una póliza para la futura dote. Finalmente incluso los obreros se organizaron, consiguieron un salario estable y seguridad social; el servicio doméstico ahorraba para un seguro de previsión para la vejez y pagaba su entierro por adelantado, a plazos. Sólo aquel que podía mirar al futuro sin preocupaciones gozaba con buen ánimo del presente.

En esta conmovedora confianza en poder empalizar la vida hasta la última brecha, contra cualquier irrupción del destino, se escondía, a pesar de toda la solidez y la modestia de tal concepto de la vida, una gran y peligrosa arrogancia. El siglo XIX, con su idealismo liberal, estaba convencido de ir por el camino recto e infalible hacia «el mejor de los mundos». Se miraba con desprecio a las épocas anteriores, con sus guerras, hambrunas y revueltas, como a un tiempo en que la humanidad aún era menor de edad y no lo bastante ilustrada. Ahora, en cambio, superar definitivamente los últimos restos de maldad y violencia sólo era cuestión de unas décadas, y esa fe en el «progreso» ininterrumpido e imparable tenía para aquel siglo la fuerza de una verdadera religión; la gente había llegado a creer más en dicho «progreso» que en la Biblia, y su evangelio parecía irrefutablemente probado por los nuevos milagros que diariamente ofrecían la ciencia y la técnica.

En efecto, hacia finales de aquel siglo pacífico, el progreso general se fue haciendo cada vez más visible, rápido y variado. De noche, en vez de luces mortecinas, alumbraban las calles lámparas eléctricas, las tiendas de las capitales llevaban su nuevo brillo seductor hasta los suburbios, uno podía hablar a distancia con quien quisiera gracias al teléfono, el hombre podía recorrer grandes trechos a nuevas velocidades en coches sin caballos y volaba por los aires, realizando así el sueño de Ícaro. El confort salió de las casas señoriales para entrar en las burguesas, ya no hacía falta ir a buscar agua a las fuentes o los pozos, ni encender fuego en los hogares a duras penas; la higiene se extendía, la suciedad desaparecía. Las personas se hicieron más bellas, más fuertes, más sanas, desde que el deporte aceró sus cuerpos; poco a poco, por las calles se fueron viendo menos lisiados, enfermos de bocio y mutilados, y todos esos milagros eran obra de la ciencia, el arcángel del progreso. También hubo avances en el ámbito social; año tras año, el individuo fue obteniendo nuevos derechos, la justicia procedía con más moderación y humanidad e incluso el problema de los problemas, la pobreza de las grandes masas, dejó de parecer insuperable. Se otorgó el derecho de voto a círculos cada vez más amplios y, con él, la posibilidad de defender legalmente sus intereses; sociólogos y catedráticos rivalizaban en el afán de hacer más sana e incluso más feliz la vida del proletariado…

LOS QUE EN EL SIGLO XX HEMOS APRENDIDO A NO SORPRENDERNOS ANTE CUALQUIER NUEVO BROTE DE BESTIALIDAD COLECTIVA, SOMOS BASTANTE MÁS ESCÉPTICOS SOBRE LA POSIBILIDAD DE EDUCAR MORALMENTE AL HOMBRE

¿Es de extrañar, pues, que aquel siglo se deleitara con sus propias conquistas y considerara cada década terminada como un mero peldaño hacia otra mejor? Se creía tan poco en recaídas en la barbarie -por ejemplo, guerras entre los pueblos de Europa- como en brujas y fantasmas; nuestros padres estaban plenamente imbuidos de la confianza en la fuerza infaliblemente aglutinadora de la tolerancia y la conciliación. Creían honradamente que las fronteras de las divergencias entre naciones y confesiones se fusionarían poco a poco en un humanismo común y que así la humanidad lograría la paz y la seguridad, esos bienes supremos.

Para los hombres de hoy, que hace tiempo excluimos del vocabulario la palabra «seguridad» como un fantasma, nos resulta fácil reírnos de la ilusión optimista de aquella generación, cegada por el idealismo, para la cual el progreso técnico debía ir seguido necesariamente de un progreso moral igual de veloz. Nosotros que en el nuevo siglo hemos aprendido a no sorprendernos ante cualquier nuevo brote de bestialidad colectiva, nosotros, que todos los días esperábamos una atrocidad peor que la del día anterior, somos bastante más escépticos sobre la posibilidad de educar moralmente al hombre. Tuvimos que dar la razón a Freud cuando afirmaba ver en nuestra cultura y en nuestra civilización tan sólo una capa muy fina que en cualquier momento podía ser perforada por las fuerzas destructoras del infierno; hemos tenido que acostumbrarnos poco a poco a vivir sin el suelo bajo nuestros pies, sin derechos, sin libertad, sin seguridad.

Para salvaguardar nuestra propia existencia, renegamos ya hace tiempo de la religión de nuestros padres, de su fe en un progreso rápido y duradero de la humanidad; a quienes aprendimos con horror nos parece banal aquel optimismo precipitado a la vista de una catástrofe que, de un solo golpe, nos ha hecho retroceder mil años de esfuerzos humanos. Sin embargo, a pesar de que nuestros padres habías servido a una ilusión, se trataba de una ilusión magnífica y noble, mucho más humana y fecunda que las consignas de hoy. Y algo dentro de mí no puede desprenderse completamente de ella, por alguna razón misteriosa, a pesar de todas las experiencias y de todos los desengaños.

Lo que un hombre, durante su infancia, ha tomado de la atmósfera de la época y ha incorporado a su sangre, perdura en él y ya no se puede eliminar. Y, a pesar de todo lo que resuena en mis oídos todos los días, a pesar de todas las humillaciones y pruebas que yo y mis innumerables compañeros de destino hemos padecido, no puedo renegar del todo de la fe de ni juventud y dejar de creer que, a pesar de todo, volveremos a levantarnos un día.

Desde el abismo de horror en que hoy, medio ciegos, avanzamos a tientas con el alma turbada y rota, sigo mirando aún hacia arriba en busca de las viejas constelaciones que brillaban sobre mi infancia y me consuelo, con la confianza heredada, pensando que un día esta recaída aparecerá como un mero intervalo en el ritmo eterno del progreso incesante.

Hoy, cuando ya hace tiempo que la gran tempestad lo aniquiló, sabemos a ciencia cierta que aquel mundo de seguridad fue un castillo de naipes.

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STEFAN ZWEIG, El mundo de ayer-Memorias de un europeo. El Acantilado, 2002. Traducción de J. Fontcuberta.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Más sobre violencia

Si la violencia es explicable exclusivamente desde la biología, poco podrá progresar la especie humana desde el punto de vista moral. Siempre habrá guerras, muerte de mujeres a mano de sus "compañeros" (y en algunos casos, al revés), terrorismo, y los más variados crímenes imaginables (Hoy he leído el siguiente titular: "Dos niñas de 14 y 16 años hacen una cesárea a una joven para robarle el bebé").
El siguiente artículo que encontré en internet, niega la explicación instintiva de la agresividad. No dice quién lo escribe, solamente hace referencia a que fue publicado en El País.






La violencia innata del ser humano es un mito (Ashley Montagu)
Publicado en El País (cuando era otra cosa) - Lunes.7 de marzo de 2005 - 21 comentario(s)
El mito de la violencia humana

Ashley Montagu

¿Por qué está el mundo tan lleno de agresividad? ¿Por qué son tan frecuentes la hostilidad y la crueldad entre los seres humanos? ¿Por qué se amenazan entre sí las naciones con el exterminio nuclear? ¿Por qué aumenta la delincuencia prácticamente en todas partes? ¿Cuál puede ser la respuesta? La más cómoda es, desde luego, afirmar que el ser humano es un ser imperfecto, nacido en pecado y agresivo por naturaleza. Además, esta explicación es satisfactoria para casi todo el mundo, porque a quien nace predeterminado no puede culpársele por su forma de comportarse.

Muchos escritores, científicos, dramaturgos y cineastas han apoyado la concepción de la supuesta maldad innata del ser humano. Si por todas partes se manifiesta la violencia y la agresividad, ¿cómo podemos negar que la agresividad sea instintiva, que pertenezca a la propia naturaleza humana? Así se llega a una explicación. La explicación que lo explica todo.

La verdad es, sin embargo, que una interpretación tan gratificante nos hace sentirnos muy tranquilos, nos libera de toda culpabilidad, nos exime de la responsabilidad de hacer todo lo que podamos para reducir la violencia que se manifiesta en nuestra convivencia y en el mundo en general. Pero las respuestas que lo explican todo, de hecho no explican nada. Como escribió el gran filósofo inglés John Stuart Mill, "de las posibles maneras de eludir las influencias de la moral y la sociedad sobre la mente humana, la más corriente es la de hacer responsable de las diferencias de comportamiento y carácter a diferencias naturales innatas".

Permítasenos, por tanto, analizar lo que algunos conocidos escritores y otras personalidades relevantes han dicho sobre el tema de la violencia humana; y veamos después si estas opiniones pueden mantenerse a la vista de los hechos.

William Golding cuenta en su novela El señor de las moscas la historia de un grupo de niños en edad escolar abandonados en una isla, que se convierten en arquetípicos salvajes y comienzan a perseguirse unos a otros. Golding dice que su novela es "un intento de analizar los defectos de la sociedad a la luz de los defectos de la naturaleza humana". Pero la verdad es que no busca las razones de nada; simplemente, parte de la idea de que tanto la sociedad como la naturaleza humana están programadas para la crueldad, el sadismo y el crimen.

Instinto de muerte

A la vista de su brillante y terrible narración, es verdaderamente difícil sostener que los hechos reales que se han producido en situaciones parecidas a la descrita en la novela de Golding no apoyan sus conclusiones. Por ejemplo, a comienzos de los años sesenta, durante un viaje rutinario de una isla a otra, unos melanesios dejaron en un atolón seis o siete niños de edades comprendidas entre dos y doce años, con la idea de recogerlos poco después; pero sobrevino una tormenta que les impidió regresar hasta pasados varios meses. Cuando los niños fueron rescatados se descubrió que se habían portado a las mil maravillas: habían aprendido a buscar agua potable, se alimentaban sobre todo de pescado, eran capaces de construir refugios y, en líneas generales, habían construido una comunidad en buena convivencia, sin luchas, peleas ni problemas de liderazgo.

Konrad Lorenz, el investigador austriaco que fue premio Nobel por sus trabajos sobre el comportamiento animal, se esforzaba por demostrar en su muy leido libro sobre la agresión que el intinto de lucha humano dirigido hacia sus congéneres es la causa de la violencia contemporánea. Antes que él, Freud había defendido la misma idea con la definición del instinto de muerte, que orientaba el comportamiento del hombre hacia la destrucción y la guerra. El dramaturgo Robert Ardrey defendió la misma tesis en sus libros "African Genesis (Génesis en Africa)", "The territorial imperative" y otros. Y el etnólogo Desmond Morris llegó aún más lejos en su libro "El mono desnudo" afirmando que "es una tontería que debatamos sobre controlar nuestros sentimientos de territorialidad y agresividad", ya que nuestra propia naturaleza, puramente animal, "nunca lo permitirá":

Desgraciadamente, la mayoría de los escritores que han tratado el tema de la naturaleza humana han sido incapaces de discriminar entre sus prejuicios y las leyes de la naturaleza humana. Otro de estos prejuicios consiste en creer que el comportamiento agresivo del hombre es instintivo. No hay en parte alguna pruebas de ninguna clase de que los seres humanos tengan verdadero instinto. Y, por otro lado, hay muchas pruebas de que todo comportamiento agresivo -como todo comportamiento profundamente humano- es aprendido.

La característica más destacada de la especie humana es su educabilidad, el hecho de que todo lo que sabe y hace como ser humano ha de aprenderlo de otros seres humanos. Y esto lo ha ido aprendiendo en sus cuatro millones de años de evolución, a partir del momento en que los hombres hubieron de abandonar la vida en los árboles -que escaseaban a causa del descenso de lluvias- y asentarse en llanuras abiertas donde tenía que cazar para subsistir. En la caza son muy importantes la cooperación, la capacidad para solucionar rápidamente los problemas imprevistos y la adaptabilidad. Los instintos que predeterminaran el comportamiento no hubieran tenido ninguna utilidad en el nuevo nivel de adaptación hacia el que los seres humanos habían evolucionado: la parte aprendida, hecha por el ser humano, del entorno; en otras palabras, la cultura. Lo que hacía falta era saber cómo abrirse paso en un entorno creado por el hombre, y las reacciones biológicamente predeterminadas resultaban inútiles ante situaciones para las que habían sido pensadas ni eran apropiadas. Hacían falta respuestas, no reacciones; era preciso crear soluciones ante los nuevos y siempre cambiantes desafíos del entorno.

El instinto constituye un tipo de inteligencia recurrente que otras criaturas poseen y que las hacen mantenerse siempre en el mismo lugar en la escala biológica. Pero no es eficaz en el versátil entorno humano: ésta s la razón por la que los humanos no tenemos instintos de ninguna clase. La especialidad del ser humano es ser no especializado, capaz de adaptarse a lo imprevisto, maleable y flexible.

De la misma manera, las condiciones en que se desarrolló la evolución del ser humano a lo largo de los últimos miles de años hicieron muy importante la capacidad de cooperación.

Los grupos humanos eran muy pequeños hasta hace aproximadamente 12000 años; los constituían entre 30 y 50 individuos. En tales sociedades, cuyas actividades principales eran la recolección y la caza, la ayuda mutua y la preocupación por el bienestar de los demás -la cooperación- no sólo eran muy valoradas, sino que constituían condiciones estrictamente necesarias para la supervivencia del grupo. Los individuos agresivos no hubieran prosperado en tales sociedades. Por tanto, es muy improbable que pudiera haberse desarrollado algo parecido a un instinto de agresión, y mucho menos un instinto de territorialidad.

Por lo que al instinto de territorialidad respecta, conviene señalar qu ninguno de los grandes simios (ni el gorila, ni el chimpancé, ni el orangután) ni la mayoría de los monos que han sido estudiados poseen tal instinto. Sin embargo, como estos hechos contradicen las teorías de Ardrey, Morris y Lorenz, ellos los pasan por alto alegremente. Estos escritores escogen, a menudo, exclusivamente los aspectos de la realidad que vienen a demostrar sus teorías, aunque estos sean forzados o simplemente erróneos.

Falsas interpretaciones

Resultaría imposible examinar aquí los muchos errores en que incurren los citados escritores, pero sus teorías han sido estudiadas en detalle y rebatidas en mi libro "La naturaleza de la agresividad humana" y en otros dos volúmenes de los que he sido editor, "Man and agression" y "learning non-agression". Aquí sólo es posible analizar algunos de los errores y falsas interpretaciones en que caen estos escritores.

Tratando de demostrar que la agresividad es algo inherente a la naturaleza humana, Lorenz cita un estudio sobre los indios norteamericanos Utas, argumentando que "llevan una vida salvaje basada casi enteramente en la guerra y las razzias" y que, por consiguiente, "debe haber habido entre ellos un proceso muy intenso de selección, que ha dado como resultado un nivel de agresividad muy alto". Lorenz añade que "es bastante probable que esto produjera cambios en la herencia genética... en un período de tiempo corto". La violencia, los homicidios, los suicidios y las neurosis son para Lorenz pruebas de la agresividad innata de los Utas.

Pero el profesor Omer Stewart, máxima autoridad científica que ha estudiado esta tribu, ha demostrado que Lorenz está bastante equivocado. Ni los Utas fueron nunca belicosos ni estuvieron dominados por la violencia, la muerte, el suicidio y la neurosis. Lorenz habla repetidas veces de la belicosidad del hombre primitivo, pero no existe ninguna prueba de esto, e incluso es muy probable que no tuviera el más mínimo espíritu guerrero. Si el hombre primitivo hubiera sido belicoso no habría sobrevivido durante mucho tiempo, dado que el número de individuos que formaban los pueblos cazadores-recolectores era pequeño.

El mito de la territorialidad

Las pruebas que tenemos señalan que las guerras -esto es, los ataques organizados de un pueblo a otro- no comenzaron a producirse hasta el desarrollo de las comunidades urbanas, hace no más de 10000 años.

Por lo que hace a la territorialidad, defendida por Ardrey como una tendencia innata a ocupar y defender un territorio exclusivo, se trata de un mito más. Los seres humanos se comportan de muchas y muy diferentes maneras en lo relativo al territorio.

Algunos están apegados a sus territorios y defienden celosamente sus fronteras; otros, como los esquimales, carecen del sentido de la propiedad territorial y reciben bien a cualquiera que decida instalarse entre ellos. Los pueblos cazadores-recolectores viven a menudo sobre territorios cuyas fronteras se superponen y éstas nunca son motivo de conflicto de ninguna clase. Hay otros grupos tribales que se adaptan pacíficamente a la invasión de sus tierras marchándose a otro lugar. Para otros no constituye ningún problema abandonar sus tierras para ir a otras más adecuadas a sus objetivos.

Los grupos y la agresividad

En esencia, unas sociedades tienen sentido de la territorialidad y otras no. Y esto no tiene nada que ver con la tendencia o instinto, y sí mucho con lo que esos pueblos han aprendido a pensar y sentir sobre el territorio.

Morris habla de los grupos como un elemento que provoca las reacciones agresivas. La agresividad que en ellos surge no es una reacción, sino una respuesta; no es innata, sino aprendida. Los grupos en sí mismos no provocan la agresividad. Los indios asiáticos, los todas y los bihor del sur de la India, los hadza de África, los punan de Borneo, los pigmeos de la selva de Ituri, los arapesh del río Sepik (Nueva Guinea), los yamis de la isla de Orchid (cerca de Taiwán), los hopi y zuni de Norteamérica y otros muchos pueblos, como los tasaday de Mindanao (Filipinas), son comunidades no agresivas. Se podría decir, por supuesto, que tales pueblos han aprendido a controlar su agresividad innata. Pero esto implicaría asumir que existe algo así como un agresividad no aprendida, un deseo natural de herir a los demás. Hasta que alguien pueda darnos una mínima prueba de tal cosa, parece más razonable pensar -basándonos en las pruebas reales que tenemos- que no había una agresividad innata en un principio y que los citados pueblos no agresivos son así porque no han aprendido a reaccionar con agresividad ante ninguna situación.

Los hechos demuestran que el ser humano no nace con un carácter agresivo, sino con un sistema muy organizado de tendencias hacia el crecimiento y el desarrollo en un ambiente de comprensión y cooperación. Hay pruebas de que las tendencias humanas básicas están dirigidas hacia el desarrollo a través de la capacidad para relacionarse con los demás de manera cada vez más amplia y creativa, haciendo más fácil la supervivencia. Cuando estas tendencias básicas de comportamiento se frustran, los seres humanos tienden hacia el desorden y a convertirse en las víctimas de los otros humanos igualmente afectados por estos desajustes.

La salud es la capacidad de ser humano

La salud es la capacidad para amar, para trabajar, para jugar y para usar la propia inteligencia como una herramienta de precisión. Los humanos han nacido para vivir, como si vivir y amar fueran una misma cosa. Para amar hay que aprender a amar y sólo se aprende a hacerlo cuando se es amado. El afecto es una necesidad fundamental. Es la necesidad que nos hace humanos. De ahí que una persona que no haya sido así humanizada durante los seis primeros años de su vida padezca un proceso de deshumanización que le lleva a comportamientos destructivos, aprendidos en un intento desordenado y equivocado de adaptarse a un mundo también desordenado y provocador de tensiones. De estos desórdenes surgen toda la agresividad y los enfrentamientos violentos, tanto a escala individual como colectiva.

Muchos profetas apasionados han predicado largamente las virtudes del amor, pero pocos han señalado por sí mismos el camino. El significado de una palabra radica en los actos en que se manifiesta; al amor se le ha atribuido una significación ritual, pero casi nunca ha expresado su significado real como compromiso en el sentido de algo que se practica, de algo que es parte de nuestro comportamiento diario. Recordemos siempre que la humanidad no es algo que se hereda, sino que nuestra verdadera herencia reside en nuestra capacidad para hacernos y rehacernos a nosotros mismos. Que no somos criaturas, sino creadores de nuestro destino

sábado, 20 de febrero de 2010

MESA REDONDA

Se quedó corto, excesivamente corto, el tiempo del que dispusieron mis compañeros para exponer sus opiniones sobre si ha habido o no progreso moral. Y más corto aún el reservado a las intervenciones de los alumnos. Sin embargo creo que valió la pena. Los ponentes dijeron cosas muy interesantes. Más adelante haré una brevísima referencia a ellas.
Hace unos años era bastante frecuente que los profesores llevaran a cabo actividades interdisciplinares. Esto es, se abordaba un tema (por ejemplo, la evolución o el surrealismo)desde distintas materias. El alumno tomaba conciencia de que el saber no está compartimentado (como si la evolución de la que habla el biólogo fuese distinta a la evolución de la que habla el filósofo). No, se trata del mismo asunto pero desde perspectivas y enfoques distintos.El resultado es enormemente enriquecedor para el aprendizaje del alumno.
Es una pena que se hayan perdido algunas costumbres:la revista o periódico que realizaban alumnos y profesores, el grupo de teatro que preparaba una obra para luego ser representada en el centro, el grupo musical... o las actividad señalada anteriormente. Estoy convencido de que la aridez cultural que se ha instalado en los centros de secundaria tiene mucho que ver con la falta de estas actividades hoy llamadas complementarias. ¿De quién es la culpa? Planteo la pregunta y que cada cual piense la respuesta que considere justa.
Vuelvo a la mesa redonda. Los cuatro ponentes coincidieron en que, según su opinión, sí ha habido progreso moral. Pero, con muchos "peros". Así, algunos afirmaron que era preciso distinguir la situación de los países occidentales de los del tercer mundo. Don Samuel cifraba el progreso moral en el hecho de que actualmente hay una mayor conciencia de lo que "debería ser", de que hay una mayor sensibilidad moral. Doña Carmen Hermosín fue la que más hincapié hizo en los cambios que tenían que darse en las personas (ser más responsables, proponerse como meta la autorrealización personal, fomentar la educación emocional...)para que pudiéramos hablar de progreso moral. Doña Carmen Martínez señaló algunos avances evidentes como la igualdad de la mujer con respecto al hombre, o la democracia. Sin embargo, como ejemplo de retroceso citó el problema de la degradación del medio ambiente. Don Camilo apuntó que había que precisar a qué moral nos referimos cuando se pregunta si ha habido progreso o no. La respuesta, según él, no puede dejar de ser subjetiva y/o relativa.(No es lo mismo la moral occidental que la de otras culturas)Y, desde su subjetividad,como occidental, piensa que sí ha habido progreso moral, que se concretaría en el hecho de que el hombre hoy está menos alienado, en la extensión de la enseñanza, en la desaparición de la esclavitud (aún cuando existe de forma encubierta), en la política...
De nuevo, muchas gracias.

jueves, 4 de febrero de 2010

¿Somos violentos?

En una revista mexicana he encontrado un buen resumen sobre opiniones de expertos sobre la violencia humana. Hay dos opiniones extremas sobre el origen de la agresividad humana (no voy a disitnguir entre violencia y agresividad): La de aquellos que sostienen que es instintiva y la de los que afirman que es una reacción ante la frustración de un deseo. Según la primera teoría, los comportamientos agresivos se darían en cualquier sociedad de cualquier época, puesto que la agresividad es innata. En cambio, según la segunda, los hombres serían más o menos violentos dependiendo del grado en que una determinada sociedad reprime, o no satisface, los deseos.
Este tema estuvo muy politizado. Los conservadores eran partidarios de la tesis innatista, los progresistas de la ambientalista. Aquéllos afirmaban que sólo el uso de la "mano dura" podía contrarrestar las manifestaciones violentas;los progresistas, en cambio, que había que crear una sociedad más permisiva o tolerante.
Mi opinión ya la conocéis: ambos factores, el biológico (factor 1)y el cultural (factor 2)influyen en la conducta humana. Y por supuesto, el factor 3, el yo personal, que, puede gobernar sobre el 1 y el 2.










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Teorías de la Violencia Humana




Por Víctor Montoya
Número 53

La violencia existe desde siempre; violencia para sobrevivir, violencia para controlar el poder, violencia para sublevarse contra la dominación, violencia física y psíquica.

Los etólogos, en sus investigaciones sobre el comportamiento innato de los animales, llegaron a la conclusión de que el instinto agresivo tiene un carácter de supervivencia. Por lo tanto, la agresión existente entre los animales no es negativa para la especie, sino un instinto necesario para su existencia.

Charles Darwin, en su obra sobre “El origen de las especies por medio de la selección natural”, proclamó al mono como padre del hombre, argumentando que sus instintos de lucha por la vida le permitieron seleccionar lo mejor de la especie y sobreponerse a la naturaleza salvaje. El mayor aporte de Darwin a la teoría evolucionista fue descubrir que la naturaleza, en su constante lucha por la vida, no sólo refrenaba la expansión genética de las especies, sino que, a través de esa lucha, sobrevivían los mejores y sucumbían los menos aptos. Solamente así puede explicarse el enfrentamiento habido entre especies y grupos sociales, apenas el hombre entra en la historia, salvaje, impotente ante la naturaleza y en medio de una cierta desigualdad social que, con el transcurso del tiempo, deriva en la lucha de clases.

El hombre, desde el instante en que levantó una piedra y la arrojó contra su adversario, utilizó un arma de defensa y sobrevivencia muchísimo antes de que el primer trozo de sílex hubiese sido convertido en punta de lanza. “Una ojeada a la Historia de la Humanidad -dice Sigmund Freud-, nos muestra una serie ininterrumpida de conflictos entre una comunidad y otra u otras, entre conglomerados mayores o menores, entre ciudades, comarcas, tribus, pueblos, Estados; conflictos que casi invariablemente fueron decididos por el cotejo bélico de las respectivas fuerzas (...) Al principio, en la pequeña horda humana, la mayor fuerza muscular era la que decidía a quién debía pertenecer alguna cosa o la voluntad de qué debía llevarse a cabo. Al poco tiempo la fuerza muscular fue reforzada y sustituida por el empleo de herramientas: triunfó aquél que poseía las mejores armas o que sabía emplearlas con mayor habilidad. Con la adopción de las armas, la superioridad intelectual ya comienza a ocupar la plaza de la fuerza muscular bruta, pero el objetivo final de la lucha sigue siendo el mismo: por el daño que se le inflige o por la aniquilación de sus fuerzas, una de las partes contendientes ha de ser obligada a abandonar sus pretensiones o su oposición” (Freud, S., 1972, pp. 3.208-9).

Desde la más remota antigüedad, los hombres se enfrentaron entre sí por diversos motivos. En los últimos 5.000 años de la historia, la humanidad ha experimentado miles de guerra, y en todas ellas se han usado armas más poderosas que la fuerza humana. La historia de la humanidad es una historia de guerras y conquistas, donde el más fuerte se impone al más débil, y que si de los textos de historia quitásemos las guerras, se convertirían en un puñado de páginas en blanco.

En la Edad de la Piedra, los mismos instrumentos ideados para defenderse de la naturaleza salvaje fueron trocados en armas de guerra. Después, cuando el hombre descubrió los metales, construyó armas más mortíferas que la honda y la lanza con punta de piedra. Al irrumpir la pólvora en la historia, se fabricaron proyectiles para ser disparados por medio de un cañón. De modo que el arte de la guerra se perfeccionó entre el siglo XV y XVIII, con la progresiva consolidación del arma de fuego como factor decisivo en la contienda. El uso de la pólvora se extendió rápidamente a los campos de batalla y las armas tradicionales fueron sustituidas por arcabuces, mosquetes y cañones.

La guerra, que es un producto de la violencia y el deseo de poder, está generada por los instintos agresivos de la psicología humana. Ya en julio de 1932, cuando Albert Einstein -el físico cuyas teorías sobre la relatividad y la gravitación universales revolucionaron el mundo de la ciencia- le preguntó a Sigmund Freud: ¿Qué podría hacerse para evitar a los hombres el desastre de la guerra? El padre del psicoanálisis, en una carta fechada en septiembre de 1932, le respondió: “Usted expresa su asombro por el hecho de que sea tan fácil entusiasmar a los hombres para la guerra, y sospecha que algo, un instinto del odio y de la destrucción, obra en ellos facilitando ese enardecimiento. Una vez más, no puedo sino compartir sin restricciones su opinión. Nosotros creemos en la existencia de semejante instinto, y precisamente durante los últimos años hemos tratado de estudiar sus manifestaciones. Permítame usted que exponga por ello una parte de la teoría de los instintos a la que hemos llegado en el psicoanálisis después de muchos tanteos y vacilaciones. Nosotros aceptamos que los instintos de los hombres no pertenecen más que a dos categorías: o bien son aquellos que tienden a conservar y a unir -los denominados ‘eróticos’, completamente en el sentido del Eros del ‘Symposion’ platónico, o ‘sexuales’, ampliando deliberadamente el concepto popular de la ‘sexualidad’-, o bien son los instintos que tienden a destruir y a matar: los comprendemos en los términos ‘instintos de agresión o de destrucción’. Como usted advierte, no se trata más que de una transfiguración teórica de la antítesis entre el amor y el odio, universalmente conocida y quizá relacionada primordialmente con aquella otra, entre atracción y repulsión, que desempeña un papel tan importante en el terreno de su ciencia (...) Con todo, quisiera detenerme un instante más en nuestro instinto de destrucción, cuya popularidad de ningún modo corre pareja con su importancia. Sucede que mediante cierto despliegue de especulación, hemos llegado a concebir que este instinto obra en todo ser viviente, ocasionando la tendencia de llevarlo a su desintegración, de reducir la vida al estado de la materia inanimada. Merece, pues, en todo sentido la designación de instinto de muerte, mientras que los instintos eróticos representan las tendencias hacia la vida. El instinto de muerte se torna instinto de destrucción cuando, con la ayuda de órganos especiales, es dirigido hacia fuera, hacia los objetos. El ser viviente protege en cierta manera su propia vida destruyendo la vida ajena (...) De lo que antecede derivamos para nuestros fines inmediatos la conclusión de que serán inútiles los propósitos para eliminar las tendencias agresivas del hombre. Dicen que en regiones muy felices de la Tierra, donde la naturaleza ofrece pródigamente cuanto el hombre necesita para su subsistencia, existen pueblos cuya vida transcurre pacíficamente, entre los cuales se desconoce la fuerza y la agresión. Apenas puedo creerlo, y me gustaría averiguar algo más sobre esos seres dichosos. También los bolcheviques esperan que podrán eliminar la agresión humana asegurando la satisfacción de las necesidades materiales y estableciendo la igualdad entre los miembros de la comunidad. Yo creo que esto es una ilusión (...) Por otra parte, como usted mismo advierte, no se trata de eliminar del todo las tendencias agresivas, humanas, se puede intentar desviarlas, al punto que no necesiten buscar su expresión en la guerra (...) Pero con toda probabilidad esto es una esperanza utópica. Los restantes caminos para evitar indirectamente la guerra son por cierto más accesibles, pero en cambio no prometen un resultado inmediato que uno se moriría de hambre antes de tener harina” (Freud, S., 1972, pp. 3.210-14).

Para Nicolás Maquiavelo, lo propio que para Friedrich Nietzsche, la violencia es algo inherente al género humano y la guerra una necesidad de los Estados; en tanto para los padres del socialismo científico, la violencia, aparte de ser un producto de la lucha de clases, es un medio y no un fin, puesto que sirve para transformar las estructuras socioeconómicas de una sociedad, pero no para eliminar al hombre en sí. Además, consideran que existe una violencia reaccionaria, que usa la burguesía para defender sus privilegios, y otra violencia revolucionaria, que tiende a destruir el aparato burocrático-militar de la clase dominante y socializar los medios de producción.

Cuando los marxistas plantean que la lucha de clases genera la violencia, y la violencia es el motor que permite la transformación cualitativa de la sociedad, admiten que la transición del capitalismo al socialismo requiere cambios radicales en las relaciones de producción. Empero, “hay que recordar también que el imperio de la fuerza, que el marxismo está dispuesto a aceptar favorablemente, con objeto de liberar a los hombres de la servidumbre económica y establecer las condiciones en que deben basarse las relaciones verdaderamente morales, no va dirigido contra los individuos, sino contra una clase y las instituciones en que fundamenta su posición dominante” (Ash, W., 1964, p. 146).

Si bien es cierto que el marxismo justifica los medios para alcanzar los fines, llegando al límite de favorecer el uso de la violencia revolucionaria para liberar a los oprimidos y abolir la propiedad privada de los medios de producción, es también cierto que, una vez abolida la lucha de clases, la violencia deja de ser un medio que justifica el fin.

Los psicoanalistas consideran que la violencia es producto de los mismos hombres, por ser desde un principio seres instintivos, motivados por deseos que son el resultado de apetencias salvajes y primitivas. “Los pequeños -señala Anna Freud-, en todos los períodos de la historia, han demostrado rasgos de violencia, de agresión y destrucción (...) Las manifestaciones del instinto agresivo se hallan estrechamente amalgamadas con las manifestaciones sexuales” (Freud, A., 1980, p. 78).

El instinto de agresión infantil, según Anna Freud, aparece en la primera fase bajo la forma del sadismo oral, utilizando sus dientes como instrumentos de agresión; en la fase anal son notoriamente destructivos, tercos, dominantes y posesivos; en la fase fálica la agresión se manifiesta bajo actitudes de virilidad, en conexión con las manifestaciones del llamado “complejo de Edipo”.

Sin embargo, Sigmund Freud y Konrad Lorenz comparten la idea de que la agresión puede descargarse de diferentes maneras. Por ejemplo, practicando algún deporte de lucha libre o rompiendo algún objeto que está al alcance de la mano. Si Lorenz aconseja que el amor es el mejor antídoto contra la agresividad, Freud afirma que los instintos de agresión no aceptados socialmente pueden ser sublimados en el arte, la religión, las ideologías políticas u otros actos socialmente aceptables. La catarsis implica despojarse de los sentimientos de culpa y de los conflictos emocionales, a través de llevarlos al plano consciente y darles una forma de expresión.

Se dice que el niño, incluso el más inocente y pacífico, tiene sentimientos destructivos o “instintos de muerte”, que si son dirigidos hacia adentro pueden conducirlo al suicidio, o bien, si son dirigidos hacia fuera, pueden llevarlo a cometer un crimen. La agresividad del niño, asimismo, puede ser estimulada por el rechazo social del cual es objeto o por una simple falta de afectividad emocional, puesto que el problema de la violencia no sólo está fuera de nosotros, en el entorno social, sino también dentro de nosotros; un peligro que aumenta en una sociedad que enseña, desde temprana edad, que las cosas no se consiguen sino por medio de una inhumana y egoísta competencia. “El otro” no se nos presenta, en nuestra educación para la vida, como un cooperador sino como un competidor, como un enemigo. A esto se suman los medios de comunicación que propagan la violencia, estimulando la agresividad del niño.

Según el psicólogo Robert R. Sears, los niños que sufren castigos físicos y psíquicos son los que demuestran mayor agresividad en la escuela y en las actividades lúdicas, que los niños que se desarrollan en hogares donde la convivencia es armónica. Para Sears, como para los psicólogos que se prestaron algunos conceptos del psicoanálisis, la agresión es una consecuencia de las frustraciones y prohibiciones con las cuales tropiezan los niños en su entorno. Cuando el niño reacciona con agresividad es porque quiere manifestar su decepción frente a la madre o frente al contexto social que lo rodea.

Por otro lado, no cesan de aflorar teorías que rechazan la idea de la violencia como instinto innato, afirmando que la agresividad no es más que un fenómeno adquirido en el contexto social. Los naturalistas, a diferencia de Freud y Lorenz, sostienen que una de las peculiaridades de la especie humana es su educabilidad, su capacidad de adaptación y su flexibilidad; factores que permiten -y permitieron- la evolución de la humanidad, desde que el hombre dejó de vivir en los árboles y en las cavernas. De ahí que en las comunidades primitivas, donde los grupos humanos estaban constituidos por treinta o cincuenta individuos, los elementos agresivos no hubiesen prosperado. En esas sociedades, cuyas actividades principales eran la recolección y la caza, la ayuda mutua y la preocupación por los demás -la cooperación- no sólo eran estimadas, sino que constituían condiciones estrictamente necesarias para la supervivencia del grupo.

Muchos de los naturalistas, que afirman que el hombre nunca fue agresivo ni imperfecto desde su nacimiento, tienen como cabecera la “Biblia”, en cuyo primer libro, “Génesis”, se describe la creación de un mundo exento de maldades y sufrimientos. El sexto día en que Dios crea al hombre y la mujer, a su imagen y semejanza, los hace perfectos en cuerpo y alma, pero ni bien caen en la tentación de una criatura maligna (Satanás), Adán y Eva son expulsados del paraíso por desobedecer lo que el Creador les dejó dicho: “Que no comieran del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo”. Fue entonces cuando Dios, refiriéndose a la serpiente, le dijo: “Tú eres la maldita entre todos los animales domésticos y entre todas las bestias salvajes del campo. Sobre tu vientre irás y polvo comerás todos los días de tu vida (...) Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre la descendencia de ella. Él te magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón”. Y, dirigiéndose a Eva, sentenció: “Aumentaré en gran manera el dolor de tu preñez; con dolor de parto darás a luz hijos, y tu deseo vehemente será por tu esposo, y él te dominará”. En efecto, cuando Adán y Eva tuvieron descendientes, éstos nacieron cargados de pecados y fueron imperfectos como sus progenitores. Caín encarnaba ya la violencia y, con su agresión irrefrenable, degolló a su hermano Abel, para así dar origen a la violencia humana.

En el siglo V, San Agustín -el teólogo que escribió “La ciudad de Dios”- arguyó que el Creador no era el responsable de que exista el mal, sino el hombre, ya que Dios -el autor de las cualidades humanas y no de los vicios- creó al hombre recto; pero el hombre, habiéndose hecho corrupto por su propia voluntad y habiendo sido condenado justamente, engendró hijos corruptos y violentos. Entonces, del mal uso del libre albedrío se originó todo el proceso del mal.

En el siglo XVI, el protestante francés Juan Calvino pensaba, al igual que San Agustín y Martín Lutero, que algunos seres humanos estaban predestinados por Dios a ser hijos herederos del reino celestial; en tanto otros, cuya naturaleza humana fue corrompida por el pecado original, estaban destinados a ser los recipientes de su ira y a padecer la condenación eterna.

En el siglo XVIII, Jean-Jacques Rousseau sostenía la teoría de que el hombre era naturalmente bueno, que la sociedad corrompía esta bondad y que, por lo tanto, la persona no nacía perversa sino que se hacía perversa, y que era necesario volver a la virtud primitiva. “Es bueno todo lo que viene del Creador de las cosas: que todo degenera en las manos del hombre”. Es decir, la actitud de bondad o de maldad es fruto del medio social en el cual se desarrolla el individuo.

El psicólogo Alberto Bandura, de acuerdo con el filósofo francés, estima que el comportamiento humano, más que ser genético o hereditario, es un fenómeno adquirido por medio de la observación e imitación. En idéntica línea se mantiene Ashley Montagu, para quien la agresividad de los hombres no es una reacción sino una respuesta: el hombre no nace con un carácter agresivo, sino con un sistema muy organizado de tendencias hacia el crecimiento y el desarrollo de su ambiente de comprensión y cooperación.

John Lewis, en su libro “Hombre y evolución”, rebate la teoría sobre la agresividad innata, señalando que no existen razones para suponer que el hombre sea movido por impulsos instintivos, ya que “no existe testimonio antropológico alguno que corrobore esa concepción del hombre primitivo considerado como un ser esencialmente competitivo. El hombre, al contrario, ha sido siempre, por naturaleza, más cooperativo que agresivo. La teoría psicológica de Freud, afirmando la indiscutible base agresiva de la naturaleza humana, no tiene validez real alguna” (Lewis, J., 1968, p. 136).

Helen Schwartzmann, estudiando la antropología del juego en una isla del Océano Pacífico, constató que los niños no estaban familiarizados con la connotación semántica de las palabras “ganar-perder”, en vista de que el juego para ellos implicaba un modo de ponerse en contacto con el mundo circundante, una actividad alegre, llena de fantasía y exenta de vencedores y vencidos. Esto demuestra que la competencia, al no formar parte de la naturaleza del juego, es propia de las sociedades modernas, donde se incentiva a diario el espíritu de competencia entre individuos.

No es casual que los instintos agresivos del hombre estén reflejados en gran parte de la literatura, desde “Robinsón Crusoe”, de Daniel Defoe, hasta “El señor de las moscas”, de William Golding -premio Nobel de Literatura 1983-, quien en su novela narra la conducta animal de un grupo de niños ingleses, que, luego de sobrevivir a un accidente de aviación en una isla desértica, intentan organizar su propia sociedad lejos del mundo adulto y de los valores ético-morales de la cultura occidental. Sin embargo, una vez que fracasan en su intento, se transforman en arquetipos de cazadores salvajes y primitivos, cuya única ley es el odio y la violencia, como si la sociedad moderna hubiese virado hacia su pasado más remoto, pues el terror cósmico y el deseo de dominación suprimen las normas éticas y morales asimiladas y dan rienda suelta a los instintos atávicos latentes bajo las costumbres civilizadas.

William Golding, convencido de la maldad intrínseca del ser humano, manifestó en cierta ocasión: “Mi novela es un intento de analizar los defectos sociales o las normas que rigen los defectos de la naturaleza salvaje”, puesto que la sociedad y los hombres están programados genéticamente para el sadismo y la violencia.

Agreguemos a todo esto el pensamiento de George Friedrich Nicolai, quien, en su libro “Biología de la guerra”, apunta: La guerra en las sociedades humanas es una supervivencia de los instintos de agresividad que arrastra nuestra especie desde las lejanías de su genealogía zoológica a la cual se debe oponer la urgencia de remodelar la convivencia humana en un factible proceso de superhumanización, reemplazando los ciegos y violentos instintos por el sereno gobierno de la razón.

Con todo, la discusión sobre el carácter innato o adquirido de la violencia humana, por ser motivo de controversias, tomará demasiado tiempo antes de alcanzar su punto final, debido a que, a diferencia de Rousseau, Bandura, Lewis y otros, el filósofo inglés Thomas Hobbes, tres siglos antes que Sigmund Freud, sentenció que la humanidad tiene una agresividad innata. Mucho después, los etólogos Konrad Lorenz, Karl Von Frisch y el holandés Nikolaas Tinbergen, comparando la conducta animal y humana, detectaron que la agresividad es genética, y que el instinto de agresión humana dirigido hacia sus congéneres es la causa de la violencia contemporánea.

Referencias:

- Ash, William: Marxismo y moral, Ed. Era, S. A., México, 1969.
- Biblia: Ed. Watchtower Bible and tract society of New York, 1979.
- Freud, Anna: El desarrollo del niño, Ed. Paidós Ibérica, Barcelona, 1980.
- Freud, Sigmund: Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte. Obras Completas, Tomo VI, Ed. Alianza, Madrid, 1985.
- Golding, William: El señor de las moscas, Ed. Alianza, Madrid, 1985.
- Lewis, John: Hombre y evolución, Ed. Grijalbo, S. A., México, 1968.