miércoles, 13 de octubre de 2010

¿Velo?, no

La polémica del velo comenzó en España, si no recuerdo mal, en el año 2002. Sucedió entonces que una alumna fue expulsada de un centro de enseñanza católico por ir el con el velo a clase. Como os podéis imaginar levantó un gran revuelo, similar al que provocó el curso pasado la expulsión de la alumna de un centro público de secundaria por el mismo motivo. Los artículos de opinión a favor y en contra de la medida fueron muy abundantes. En esta ocasión, os reproduzco un resumen de un artículo que con el título de “Tolerancias necias” escribió Javier Marías en el suplemento dominical de El País.

Si en países más dados a razonar se han soltado disparates, era de temer que aquí nos tocara oír y leer necedades sin cuento. Y eso que la disputa ha sido hasta ahora por una cuestión bastante inocente y nimia. No quiero ni pensar cuando empiecen a ocurrir casos más graves, como los ya habidos en Inglaterra, Francia o Alemania. En Inglaterra, por ejemplo, donde hay numerosos inmigrantes de Pakistán y de Bangla Desh, ha sucedido que algún individuo originario de uno u otro lugar haya destrozado con ácido el rostro de una hija, una hermana, una novia o una esposa, siguiendo una práctica al parecer no desusada ni muy condenada en esas naciones asiáticas, en las cuales -espero que sólo entre minorías- se considera delito o pecado o ambas cosas (nada fáciles de distinguir en según qué latitudes), que una mujer se niegue a casarse con quien se le asignó al nacer, o que se relacione con un “infiel” (es decir, un occidental), no digamos que cometa adulterio o algo que se le asemeje en las muy susceptibles mentes o imaginaciones de los dominantes varones.
Pues bien, hasta en Londres ha habido estúpidas y criminaloides voces... Esas voces... venían a sostener que lo que un inglés blanco de pura cepa no podría hacer sin que se le cayera el pelo, un inglés pakistaní o bengalí sí, e impunemente, porque la fechoría en cuestión sería legítima o estaría consentida en sus culturas y países de orígen. Y claro, añadían esas repugnantes voces: hay que respetar la diversidad, y las creencias de cada cual, y sus costumbres, y nosotros no podemos imponer las nuestras sin con ello caer en la intolerancia, el “colonialismo” y, por qué no, el racismo.
Aquí ha bastado el pañuelo de una niña magreví para leer y escuchar toda suerte de majaderías...En uno de los suplementos de este Semanal... he tenido que leer frases como estas: “No estaría mal que nos dieran cursos acelerados por televisión sobre la vida y costumbres de los inmigrantes. Si hemos de vivir juntos, tratemos de que ellos respeten nuestras leyes y costumbres, y nosotros, las suyas”. Es difícil decir más sandeces y barbaridades en tan poco espacio... Pero, ¿qué es esa locura de que nosotros debamos “respetar sus leyes” ¿Sus leyes?... Uno de los fundamentos de cualquier justicia digna del nombre es que la ley sea la misma para todos y obligue a todos por igual... ¿Qué quería decir la señora que soltó estas frases? ¿Tal vez que debíamos respetar que los musulmanes aquí instalados y regidos por el código religioso-penal llamado sharia -el que ha estado a punto de lapidar a una acusada de adulterio en Nigeria, el que corta la mano al ladrón, decapita a homosexuales y no sé cuántas salvajadas más- lo apliquen libremente y sin consecuencias en nuestro territorio, porque al fin y al cabo, oiga, es parte de su cultura y por tanto algo intocable?... No me queda más espacio para proseguir, pero los “tolerantes” demagógicos y criminaloides olvidan, cuando argumentan sus estúpidas atrocidades, que la única ley es la del lugar del destino, y que a ella han de atenerse cuantos se instalen aquí. Y si tenemos la suerte -no siempre fue así- de que nuestras leyes son hoy democráticas, y condenan la discriminación, y no admiten la pena de muerte, ¿qué es lo que quieren esas voces necias, que pongamos excepciones a lo que nos costó no poco y además nos parece bien?...
El Semanal, 28 abril 2oo2

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