miércoles, 24 de marzo de 2010

LA COMUNIDAD ANTE EL PROGRESO

En el último número (marzo de 2010) de la revista Claves De La Razón Práctica, F. Savater firma un artículo con este título. El autor es conocido por los alumnos que han estudiado la asignatura de Ética de 4º curso con su libro “Ética para Amador”. Savater es una de esas pocas personas consecuentes con sus ideas. Podría haber vivido cómodamente sin más desasosiego del que pueda producir su profesión de docente. Y sin embargo prefirió no callar ante la barbarie terrorista ni el irracionalismo nacionalista. A causa de ello, tiene que andarse con mucho cuidado cuando va a su tierra natal. Os hago un resume.

“Lo único que está claro es que hoy el progreso ya no es lo que era... Hoy nadie niega que haya progreso técnico o que “las ciencias adelantan
que es una barbaridad”, como decía la antigua tonada, pero pocos consideran esos avances como una evidencia redentora. Más bien al contrario, se los ve como fuentes de nuevos peligros en un mundo ya expoliado y contaminado, o en unas vidas -las nuestras cotidianas- sometidas al estrés consumista de correr incesantemente tras los últimos aparatos que deberían ayudarnos a vivir y en cambio se convierten en una tiránica fuente de agobio...
Parece evidente que todas las mejoras de algunos se han pagado a un altísimo precio y que los valores humanitarios o humanitaristas no han avanzado de una manera tan clara como otras consideraciones materiales. ¿O no es así? ¿No será este escrúpulo, precisamente, este íntimo asco a sentirnos mejores moralmente que otros mientras queden tantas miserias por remediar, esta imposibilidad de gozar con buena conciencia, lo más parecido a un progreso moral que haya habido en nuestra época?
Pero es que además pueden señalarse retrocesos concretos y comprobables en determinados campos relacionados con la moralidad social y sencillamente con las libertades públicas... Como ejemplo destacado John Gray propone con buenas y agobiantes razones el caso de la tortura. No es un ejemplo menor, porque la lucha contra el tormento fue uno de los más nobles emblemas de la Ilustración... Sin embargo, en la última década... autoridades, personalidades jurídicas y hasta pensadores políticos liberales han justificado ciertas formas de tortura...
Por mi parte, yo señalaría como un evidente retroceso de lo que creíamos avanzado en ese delicado campo de la libertad cívica, el revival de las formas más agresivas e invasivas de la creencia religiosa incluso en las comunidades democráticas más desarrolladas. Si algo parecía haber caracterizado el progreso moral en nuestra convivencia era el establecimiento, aparentemente definitivo, de la libertad de conciencia y por tanto la asignación de la fe o la ausencia de ella al ámbito más íntimo...
Sin embargo, asistimos a un regreso de la religión -o, por mejor decir, de las influencias de las iglesias y los clérigos con ansias de poder social- en los países occidentales, sea como legitimación de los gobernantes (o de grupos terroristas que atacan a civiles inermes), sea bajo el eufemismo de “laicidad positiva” (que consagra la necesidad de una visión religiosa de la moral sobre la puramente humanista), sea como competidora de la ciencia o la educación cívica en la escuela...
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Cuanto más desarrollado y avanzado es un país -los nuestros europeos, por ejemplo- más común es que periodistas o profanos pregunten al filósofo: pero en nuestra época... ¿es posible todavía pensar? ¿cómo hablar de ética aún en nuestras sociedades? ¿cómo soportar la soledad del hombre contemporáneo? Etcétera... O sea que podría suponerse por tales angustias que la vida en nuestros países civilizados es más atroz que en la era de la esclavitud... Y lo más grave es que tales espejismos no aquejan solamente a personas indocumentadas hechizadas por nigromantes mediáticos, sino también a cultos profesores y ciudadanos con estudios. Los beatificadores del ayer que nunca fue, son sobre todo enemigos de un presente del que sólo aprecian los fallos y no sus logros. La ausencia de lo mejor y su perfección inalcanzable se ha convertido en enemiga de lo bueno, siempre relativo y condicionado a límites a veces dolorosos...
Y es que el progreso ya no es una esperanza, sino un hábito: se ha desgastado por el uso. Perdida su primera ilusión, nos ha dejado sólo sensibilidad ante sus incomodidades, insuficiencias e injusticias. Sobre todo, nos ha inoculado un virus que ayer fue motor y hoy es intolerable agobio: la impaciencia. Quienes confiaban en la Providencia suponían que antes o después llegaría el Reino de Dios y que los plazos del Señor no se miden según el tiempo humano. Pero hoy lo exigimos todo de inmediato y completo... Para la comunidad que abomina del progreso y le reprocha todo lo que no ha cumplido sólo quedan los aspectos más exterminadores de la fe, entre ellos la fe en el dinero -el más urgente e insatisfactorio de los dioses- y la búsqueda ansiosa de una seguridad desentendida de cualquier aspecto de justicia a escala comunitaria o planetaria. Es decir, lo único que progresa es la frustración. Uno de sus síntomas peores es el abandono de la política como práctica inexcusable de la comunidad democrática y la entrega al populismo o la dimisión del papel crítico y participativo de la ciudadanía.
Sin embargo algunos, pese a estos vientos adversos, no quisiéramos renunciar del todo a un cierto progresismo de raíz ilustrada, que celebra lo conseguido sin autosatisfacción inmovilista y continúa creyendo que merece la pena esforzarse por lograr mejoras y corregir errores. Tanto la esperanza que da el visto bueno a todo lo que ocurre, por atroz que sea, como la desesperación que no resalta sino los incumplimientos del ideal y se condena a la impotencia son formas de un mismo mal social: la pereza. Pero las comunidades perezosas están condenadas a servir a los más audaces de ellas que rara vez son los mejores.
… nacemos rodeados de males y sin duda moriremos rodeados también de males, eso es seguro. Lo único que podemos intentar es que los primeros no sean idénticos a los últimos..."

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